La Copa de las Confederaciones, que ayer comenzó en Sudáfrica, es una magnífica cita para que España vaya ambientándose por esas tierras y tome buena nota de lo que dentro de un año puede ser el Campeonato del Mundo que se disputará en este país africano.
También un excelente escenario para que la actual campeona de Europa defienda su prestigio futbolístico y presente ante los campeones de cinco continentes sus credenciales con el caché de favorita al título mundial que ostenta Italia.
España tomó su primer contacto con tan exótico torneo enfrentándose -o haciéndose la foto de rigor de antes del partido, sería lo más correcto- a una endeble selección de Nueva Zelanda incapaz de hilvanar más de dos pases seguidos.
Un ensayo de salón cuyo único peligro estaba en las posibles lesiones que se pudieran producir en cualquier lance desafortunado con los mocetones maoríes, que si en rugby son de las primeras potencias mundiales, en esto del fútbol aún están en el Pleistoceno. Y si encima tiene enfrente un adversario como la selección española, qué pueden hacer estos pobrecitos neozelandeses que esperar pacientemente la conclusión del partido con el menor número de goles encajados.
Lo de anoche fue lo que en el argot boxístico se conoce por ‘triunfo de España por superioridad manifiesta’ sobre Nueva Zelanda. Cuatro goles, y pudieron ser otros tantos más en los primeros cuarenta y cinco minutos -tres de Fernando Torres y uno de Cesc-, certifican el resumen de lo que fue el partido: un huracán español sin oposición alguna del equipo rival. En el segundo periodo Villa no quiso despedirse sin marcar para firmar el quinto tanto de una selección a medio gas.
Si Nueva Zelanda no llegó a tirar la toalla en señal de abandono no fue por falta de ganas. Seguro que aún estará pensando cómo es posible que la selección de Del Bosque fuese tan ambiciosa en busca de una goleada de escándalo cuando ya tenía solucionado el choque. Abusar en fútbol debería estar prohibido.
Antonio Cubero