Que el templado reformista Musavi haya ratificado y protocolizado su petición de que sean anuladas las elecciones presidenciales iraníes celebradas este último viernes en Irán, junto al hecho de que haya sido detenido un hermano del ex presidente Jatami, junto a otros reformistas que pugnan por un poco de aire fresco contra la viciada atmósfera de la dictadura integrista imperante en el país, aporta una dimensión insospechable antes de que los comicios se celebraran. No se trata de algaradas ni de broncas políticas convencionales surgidas del disgusto de los derrotados.
Musavi ha recurrido a los cauces establecidos en el sistema, la República Islámica de Irán, al Consejo de Guardianes de la Constitución, para la denuncia y la protesta contra el pucherazo masivo en cuya virtud el presidente Ahmadineyad, con un supuesto 64 y pico por ciento de los sufragios, queda automáticamente reelegido, sin necesidad de ir a una segunda vuelta. Le hubiera bastado sólo con un 50 por ciento de los votos. Pero no. Al Guía Supremo de la Revolución, Alí Al Jameini, eso no le bastaba para que prevaleciera «su» candidato Ahmadineyad, crispado populista enemigo de Israel y dilapìdador, como su amigo Hugo Chávez, de los ingresos extraordinarios que supuso la larga permanencia del petróleo en la meseta más alta de precios que se recordaba.
Ese gasto aberrante, que disparó la inflación iraní a tasas desconocidas en muchos años, ha carecido por ello de sentido económico, pero lo ha tenido sobrado en la búsqueda de retorno electoral: aplicándose a limar el descontento de una mayoritaria juventud, nacida después de los 30 años que hace que fue instaurado el régimen por el imán Jomeini. Pero a lo que se ve no bastaba el dopaje económico de la respuesta política en las urnas. Las anomalías se han producido masivamente, tanto en los colegios electorales sin otras papeletas que las del presidente como en el trámite de los recuentos.
La involución política iraní, pilotada por el mismísimo Jameini, se ha manifestado en términos más radicales de lo que fue en los comicios anteriores, cuando a un hermano del entonces presidente Mohamed Jatami no se le dejó votar, al eliminársele en la criba de los candidatos por el Consejo de Guardianes. Ahora no sólo no se le ha impedido comparecer como candidato, porque optó por inhibirse para no perjudicar al candidato Musavi, sino que se le ha encarcelado por permitirse protestar contra los escandalosos resultados.
A Jameini se le han ido al monte las cabras y las camellas. El Guía Supremo parece encontrarse en trance de guión almodovariano, al borde un ataque de nervios: por la totalitaria reacción, a la pequinesa, de querer abortar las informaciones mediáticas sobre la crisis por medio del obturamiento de los canales informativas, comenzando por Al Yazira y siguiendo con la propia BBC. Destemplado y fuera de la barrera con que se protegía, Jameini tiene, a lo que parece, la percepción de que ha ido demasiado lejos, precipitando con ello, acelerando, la crisis -acaso sin retorno- de un régimen herméticamente islámico que hipócritamente quiso vestirse de democracia. Esperemos.
José Javaloyes