Los del PSOE han sido los primeros en poner en danza, en esta ocasión, uno de esos vídeos miserables que descalifican al adversario mediante la exageración. Los dos grandes partidos han utilizado la misma técnica importada y la justifican con el argumento de que en una sociedad abierta estas cosas no deben escandalizar, que los otros deben aguantarse.
No escandalizan, más bien decepcionan, sólo califican a quienes les dan el visto bueno, a los que pagan. Estos vídeos para descalificar los hace un contratado que recibe y procesa información y encargo, pero la responsabilidad de la emisión es más amplia, corresponde en primer término al que lo firma y pone en circulación. En este caso, al jefe socialista que ha querido pasar por paradigma de la ética y las buenas maneras.
Pues no, de buenas maneras nada. Los adversarios merecen más respeto. Sirve aquello de no hagas a los demás lo que no quieres para ti. El vídeo es bastante grosero y el argumento del candidato socialista, número uno de la lista europea, para justificar la pieza: «se han dado por aludidos», es irrelevante y torpe.
Darse por aludido es sencillo cuando la ofensa es gruesa. ¿Piensan de verdad los dirigentes socialistas que sus adversarios populares y sus votantes se ajustan al perfil dibujado en ese vídeo? Es evidente que no, los ocho años de gobiernos populares, la mitad con sobrada mayoría parlamentaria como para modificar leyes, así lo acreditan.
Aquí hay dos planos de discurso, el real y razonable, que hace posible el funcionamiento institucional, y el desmedido y aparente, que pinta la catástrofe y la tragedia como inminentes.
Los políticos, salvo Obama y algunos europeos aburridos, se meten al barro de la insidia, la calumnia y de la demagogia y las bajas pasiones para captar lo emocional y grosero, renunciando así a la pedagogía de los valores. Es una vergüenza justificada con el argumento de que hay que visualizar las contradicciones aunque sea exagerado.
La credibilidad de la operación es nula, no convence ni a los convencidos, sólo estimula el exceso y corrompe el consenso. Un desastre.
Fernando González Urbaneja