Quien haya vivido ya «lo suficiente» estará en condiciones de comparar con conocimiento de causa lo que eran durante el franquismo, y algún tiempo después también, las cajas de ahorro y lo que son ahora. Aquellas cajas llevaban como prefijo de su razón social el apelativo de «Monte de Piedad». Y casi siempre lo eran. Funcionaba en cierto sentido «la piedad» aunque el negocio no se perdiera de vista. Hoy de la piedad nadie apenas se acuerda. Nadie que no viviera «aquello» ni siquiera necesita acordarse. Ignora lo que fue. El franquismo, por supuesto, lo controlaba todo, pero quién nos iba a decir que la democracia española de las autonomías rampantes acabaría devorando el concepto de «piedad», y los pomposos presidentes de las comunidades (nada menos que diecisiete, o diecinueve si sumamos Ceuta y Melilla), auténticos reyezuelos de taifas políticas, serían eficaces servidores de los intereses y de las codicias de los partidos gobernantes en las respectivas provincias.
Ronda, una preciosa ciudad andaluza, una capital comarcal, disfrutaba en el sur de la más poderosa Caja de Ahorros y Monte de Piedad, o viceversa. Pero vino el nuevo poder político y el PSOE acabó lanzándose al Monte. No quedó casi ni rastro de las pasadas glorias de la institución. Incluso un equipo de baloncesto con el nombre de Caja de Ronda competía lucidamente en la Liga correspondiente. Hasta que, con el PSOE en el poder andaluz, llegó la orden o la instrucción imperativa de que aquella caja se fusionara con la Caja de Málaga, cuya importancia no era equiparable a la de Ronda. Así nació por absorción Unicaja, que además arrebató, aparte del control de los ahorros, la denominación baloncestista que la ciudad del famoso Tajo (no confundir con Toledo) paseaba por las canchas de España.
A la Caja de Jerez estuvo a punto de ocurrirle algo equivalente con la Caja de Cádiz, pero el famoso alcalde jerezano, aquel que calificó a la Justicia de «cachondeo», impidió el desafuero. Quiérese decir que frustró el asalto.
Valga este prólogo para ilustrar el absorbente poder que sobre las cajas de ahorro empezó a gravitar. Los partidos políticos percibieron rápidamente el filón financiero que esas instituciones podían representar para sus respectivos intereses. Y poco a poco, las cajas, algunas ya en decadencia, fueron entrando en declive, cuando no en barrena. Unicaja, con la inyección rondeña, parece que ha mantenido el palmito. Otras se fueron al diablo de manera inmediata o a plazo corto. Es una relación estadística que está todavía por detallar. El tiempo dará cuenta del catastrófico balance. La crisis actual es para ello la mejor rampa de descenso.
La actualidad política (nada digamos ya de la financiera) de las mencionadas entidades de crédito desacreditado cobra mayor presencia con la lucha que por su control o poder viene siendo entablada. Ahora dicen los dirigentes de algunas de ellas que están a favor de su despolitización. O sea, que su «ocupación» por los partidos gobernantes era un hecho. El Banco de España nombró ya tres interventores para la de Castilla-La Mancha, la misma caja que ha intentado, con una inversión ruinosa, poner en marcha nada menos que un aeropuerto en Ciudad Real. A eso se llama visión digna de ser tratada por la oftalmología política, industrial y económica. Se da por descontado que no habrá despegue. Ni de aviones ni de nada.
El inolvidable Pedro Solbes, de discutida memoria, quiso suprimir el derecho de veto de las comunidades autónomas a las fusiones interterritoriales de las cajas. Pero la sucesora de Solbes, en armonía con el Banco de España, mantiene el veto hasta que las cajas intervenidas sean recapitalizadas a través del FROB o Fondo de Reestructuración y Ordenación Bancaria. Los reyezuelos de las taifas autónomas, que por algo son taifas pero todavía menos, invocan una competencia que les reconocen los Estatutos de Autonomía. Y en Cataluña, el virrey Montilla pide a los catalanes «tranquilidad» porque su Govern impedirá que el Estado invada el ámbito competencial estatutario. Prohibido tocar. Peligro de insubordinación. La Caixa es La Caixa.
Lorenzo Contreras