En el mejor momento del ciclo económico el crédito crecía a buen ritmo y la morosidad decrecía. A mediados del 2007, el sistema financiero español exhibía una tasa de morosidad en torno al 1%, que estaba provisionada de sobra con dotaciones específicas y genéricas (anticíclicas, se llamaban por aquí) previstas en la normativa vigente. El sistema derrochaba fortaleza y salud, buenos resultados y ninguna sombra en el balance.
Cuando el ciclo tomó el camino descendente, a partir del verano del 2007, la morosidad tomó el camino contrario, el ascendente, con notable retraso con respecto al ciclo ya que los impagos tardan en aparecer y en anotarse. Por eso la morosidad seguirá creciendo cuando la economía empiece a repuntar, probablemente con desfase entre un año y año y medio.
Los datos facilitados por el Banco de España con la información agregada de todo el sistema financiero revelan que al concluir abril la morosidad del sistema se acercaba al 4,5% sobre el conjunto del crédito concedido. Durante el mes de abril creció un cuarto de punto, y a lo largo de los últimos doce meses pasó de 1,3 a 4,5%, que significa una media acumulativa de un cuarto de punto al mes.
Lo más probable es que la tasa siga creciendo con el paso del tiempo y, pasado un año, no extrañará una tasa entre el 7 y el 9%, según entidades y modelos de negocio. No se trata de una cifra extravagante o insólita, es plenamente compatible con una economía en recesión severa. Claro que semejante tasa no puede ser soportada por las provisiones ordinarias, específicas y genéricas, sino que requiere uso de reservas, de beneficios (si hay) y de capitales propios para reponer lo perdido o comprometido con alto riesgo.
Con esas cifras de morosidad, coherentes con una «gran recesión», las posibilidades de beneficios se reducen sensiblemente, las de reparto de dividendos, más aún, y aumenta la probabilidad de requerir a los accionistas capitales frescos.
Prepararse para esa situación es lo razonable, lo prudente; como lo es fijar protocolos y procedimientos para que los buenos gestores, los que aciertan a gestionar riesgos, sean los que se hagan cargo del problema y que los malos gestores se dediquen a otra cosa. El Fondo de Rescate que prepara el Gobierno para evitar el oneroso derrumbe de alguna entidad financiera debe tener muy presente la calificación de buenos y malos banqueros para encomendar la gestión a los primeros y alejar a los segundos. No son todos iguales, unos forman parte del problema y otro de la solución.
Fernando González Urbaneja