«La cobardía es la madre de la crueldad»
(Montaigne)
Alfonso Sastre, admirable dramaturgo y despreciable ciudadano, tras su fracaso en los últimos comicios para el Parlamento Europeo y a las pocas horas de que los pistoleros de ETA asesinaran a Eduardo Puelles, se ha encaramado al púlpito de Gara para advertirnos de que, de no abrirse «una negociación» con los representantes de Batasuna, nos esperan «tiempos de mucho dolor en lugar de paz». Una amenaza en toda regla que incrementa su villanía por la buscada coincidencia con las palabras de la viuda del policía que, en alarde de entereza, quiso y supo denunciar la cobardía de unos elementos que, envueltos en la bandera del nacionalismo independentista, utilizan bombas y pistolas como método dialéctico.
De igual manera que, como nos recuerda el señor de Montaigne en el penacho de esta columna, la cobardía es la madre de la crueldad -y así lo demuestran las bombas ocultas y los tiros en la nuca a que acostumbran los etarras-, la amenaza es la expresión de los fanáticos. Necesitan elevar la voz al no poder hacerlo con las ideas que, acuñadas y no digeridas, impulsan su conducta cabañil. Nunca hay que temer nada frente a una amenaza, pero tampoco conviene olvidarlas en lo que tienen de síntoma de una camino emprendido.
Los hechos nos demuestran ahora los pasados errores del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en su fervor negociador con los asesinos de ETA, pero tampoco es cosa de llorar por la leche derramada. De lo que debiera tratarse es de robustecer la lucha permanente contra ellos. Algo que conocen y practican la Guardia Civil, la Policía Nacional y últimamente, parece, la Ertzaintza. No estaría de más que, si consigue enderezar su rumbo y darle pleno sentido a la «I» de su anagrama, también lo hiciera el Centro Nacional de Inteligencia.
Lo que no tengo tan claro es que los medios informativos y quienes los elaboramos estemos a la altura de las circunstancias. Nos hemos habituado, tras muchas décadas de tan lamentables acontecimientos y nueve centenares de víctimas, a elaborar la información que se corresponde con las actuaciones delictivas de la banda sobre un principio de acción-reacción. El despliegue informativo ha llegado a ser, estrictamente, proporcional a la gravedad de cada atentado terrorista, y ello genera un efecto amplificador del terror que pretenden.
Es incuestionable, y constitucional, el derecho que tienen los ciudadanos a recibir información veraz de todo cuanto ocurre en nuestro entorno; pero, ¿también si la desproporción en el tratamiento informativo, analítico y valorativo de los acontecimientos termina por resultar útil a la causa de los asesinos?
El cruel asesinato del policía Puelles ha producido docenas de páginas en todos y cada uno de los diarios españoles -impresos o digitales-, ha completado los informativos de la radio y, en las televisiones, incluso en las públicas, han llegado a ofrecerse las morbosas imágenes de la víctima en el dramático momento en que las llamas producidas por la bomba lapa consumían los últimos instantes de vida de tan valeroso servidor del Estado. Me parece un caso de sobredosis informativa y bueno sería que, cuando menos, el asunto convocara alguna reflexión en los órganos de representación profesional.
Informar de los hechos no es, ni tiene por qué serlo, una desmedida abundancia en sus detalles y, menos todavía, en los que hieren la sensibilidad de los menos sensibles. Ello es, en lo que se refiere al terrorismo, una forma inconsciente -¿irresponsable?- de colaboración: una manera de amplificar los efectos expansivos de los explosivos y, al final, de contribuir a la propagación del terror, el gran objetivo de estas bandas amenazadoras y sañudas, profesionalmente asesinas y políticamente erráticas y deplorables.
El delicado momento por el que atraviesan los medios de comunicación, descapitalizados y desprofesionalizados, no favorece la sutileza en el análisis ni la meditación en hondura; pero la gravedad de lo que señalo merece, cuando menos, un esfuerzo de reflexión, aunque sólo sea personal, sobre la responsabilidad de un oficio que es, en verdad, el más antiguo de todos los conocidos. Que se lo pregunten al ángel que les dio a Eva y Adán la noticia de su expulsión del Paraíso…
Manuel Martín Ferrand