jueves, noviembre 28, 2024
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Inasequibles al desaliento

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Lo de inasequible al desaliento era un latiguillo muy utilizado durante el franquismo. El ánimo de un buen falangista no decaía en ninguna circunstancia. Ibamos por el Imperio hacia Dios pasara lo que pasara. Todo estaba bajo control de las autoridades competentes hasta que los inamovibles principios del Movimiento Nacional se movieron tanto que de ellos nunca más se supo. Lo que sí perdura son la negación de la evidencia y la profecía camelística. Se dice lo que se piensa que a las gentes les gustaría que fuese verdad, aunque todos los indicadores apunten en dirección contraria. En resumen, más mendacidad que ignorancia.

Los culpables de las actuales crisis económicas -la global y la carpetovetónica- sólo se preocuparon por llenar sus propios bolsillos. Para ello contaron con el silencio cómplice de las instituciones que debían dar la voz de alarma. Al alimón, aves de rapiña y controladores que cobraban por no controlar. En la España oficial, hasta ayer mismo, estuvo mal visto insinuar siquiera que aquí el problema sería más grave por nuestra particular dependencia del ladrillo. Nadie se ha excusado aún por tildar de antipatriotas a quienes nos apartábamos de la versión políticamente correcta y lamentábamos el retraso en la toma de medidas para afrontar la crisis. Ni el cheque bebé ni las bombillas de consumo reducido -prometidas pero no entregadas- sirvieron de mucho. Aspirinas contra el cáncer para no asustar al enfermo.

Han sido tantos los vaticinios erróneos, antes y después del reconocimiento de la crisis, que no se explica la continua verborrea -pronóstico va, pronóstico viene- de quienes han perdido la más mínima credibilidad. Las cifras negras siguen quedándose cortas en pocos días si es que no eran ya un puro alarde de voluntarismo para tranquilizar a la opinión pública. Con otras palabras, no se acierta ni por casualidad.

Se repite la historia de aquel Juez que dictaba altisonantes sentencias con fallos siempre equivocados. Mejor sería, según murmuraban los curiales, que el juzgador se aplicara al bonito juego de la cara y la cruz echando una moneda al aire. Conforme al cálculo de probabilidades, acertaría la mitad de las veces. Los razonamientos interesarían menos. También se ha dicho, con referencia al mismo juez o a otros colegas, que quizás alguno de sus fallos fuera atinado pero nunca sus razonamientos.

Los economistas nos explican ahora perfectamente las razones del desaguisado que no supieron ver, pero sobre los remedios discrepan en un continuo guirigay. Los políticos añaden luego la inevitable dosis de oportunismo. La cosa es no callarse. Aunque nadie les crea. Aunque afirmen hoy lo que la realidad desmentirá mañana. Aunque el digo y el Diego sean el pan nuestro de cada día.

Pero la suprema estupidez escénica es la de esos personajes que con rostro adusto y voz engolada nos sueltan el gratificante mensaje de que hoy estamos más cerca del final de la crisis que ayer. Que Dios se apiade de los españolitos necesitados de tan sabia enseñanza. Quizás porque en la educación, como en el paro, somos el farolillo rojo de la Unión Europea.

José Luis Manzanares

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