miércoles, diciembre 4, 2024
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La sonrisa de zapatero

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Seguramente exagera Mariano Rajoy al atribuir el modo de comportarse de José Luis Rodríguez Zapatero a la fidelidad a «su naturaleza política», que es una expresión un tanto rimbombante y que sin duda habrá confundido al presidente: «¿tengo yo naturaleza política?». Lo que sí parece una constante es su adscripción a un cierto historicismo, es decir, está convencido de que, conseguido un objetivo aunque sea saltándose toda norma o procedimiento razonable, se termina por responder a las tendencias que subyacen en la Historia: se fija una meta y al llegar a ella se responde a los patrones de la Historia por la sencilla y falaz razón de que, de ésta, se ha elegido sencillamente lo que se ha querido. En el camino todo vale.

El presidente se verá mejor retratado en este empeño: si se logra llegar a un destino, el destino, sólo por serlo, se convierte en la culminación de la Historia y terminará por ser aceptado como tal. Un ejemplo es la financiación autonómica. No es que Rodríguez Zapatero no sea consciente ni de sus motivaciones coyunturales ni del desgraciado camino en el que se ha embarcado. Sabe que está empujado por llegar a un acuerdo precisamente con los que quiere negociar a continuación, y como contrapartida, los Presupuestos Generales. Sabe que no tiene sentido negociar bilateralmente con Cataluña un sistema de financiación que debe ser un asunto de Estado. Tiene conciencia de la esperpéntica ofensa que hace así al resto de comunidades autónomas. Conoce las consecuencias económicas del desbarajuste en el que se ha metido. Seguramente tiene una cierta idea de la vergüenza que supone tener que plegarse, para determinar una política general que a su Gobierno corresponde, no sólo a un Gobierno autonómico, sino también y específicamente a las minorías que lo sostienen. Pero está convencido de que, si llega al objetivo, todo lo que se ha alterado en el camino terminará por recomponerse, porque esa meta y no lo que se haya hecho para conseguirlo es lo que responde al desiderátum de la Historia.

Resumido de modo más sencillo: en lo que parece creer el presidente del Gobierno -que no es precisamente su naturaleza política- es que no hay principios generales de la actuación política que trasciendan un momento determinado. Si hay que responder (y seguir) a las leyes inexorables de la Historia, éstas no son sino las de la supervivencia. Y parece que el presidente sobrevivirá, a su modo, a este enrevesado asunto de la financiación: la Generalitat de Cataluña dará su aprobación y los demás, enfadados, «cogerán el dinero», como si su opción fuese asentir o renunciar al dinero de los contribuyentes, como si la coherencia (contraria a la Historia) fuese el empobrecimiento o el sí al Gobierno. Y, después, aprobará los Presupuestos. Y así hasta el siguiente paso.

Sin embargo, fuera del encantamiento historicista, cada acción tiene sus consecuencias: el Estado se debilita, las políticas generales se limitan hasta el absurdo sometidas a vetos y chantajes, la ley se vulnera, la soberanía deja de estar en los ciudadanos, cada uno con un voto, y pasa a un remedo de consenso entre gobiernos, la ciudadanía se escalona por categorías, etc., etc. Y lo paradójico que es el presidente Rodríguez Zapatero, al término del proceso, sonreirá.

Germán Yanke

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