La siembra de malas prácticas, quiebras e intervenciones forzadas de los gobiernos para salvar bancos tiene estos días su consecuencia inevitable: los gobiernos, después de impedir que en estos últimos doce meses el sistema financiero mundial se viniera abajo, se disponen a pasar a la acción. Este miércoles ha sido posiblemente el día que marca el punto de partida de los nuevos enfoques que van a tomar los principales países desarrollados para evitar que crisis como la de hace un año vuelvan a repetirse. El común denominador de todas las propuestas está claro: los bancos centrales y los gobiernos van a reforzar sus mecanismos de supervisión e intervención sobre los bancos y entidades financieras, es decir, sobre todo aquel que mueva dinero de los demás. Por motivos de oportunidad y porque ello ha estado en la base de algunas quiebras en Estados Unidos, la regulación de los salarios de los directivos bancarios va a estar también en el centro del debate, sobre todo porque Francia y Alemania patrocinan posiciones muy duras y exigentes en este terreno.
No obstante, la filosofía con la que van a realizar los cambios Europa y Estados Unidos difiere de forma sensible, y ello a pesar de que los principales muestrarios del libertinaje bancario y sus consecuencias nocivas se han producido en Estados Unidos, en donde los cambios que se avecinan no van precisamente en la dirección de un intervencionismo férreo sobre el mercado sino el establecimiento de un sistema que permita controlar algo mejor a los que hasta ahora actuaban (bancos de inversión, sobre todo) a su aire y libre albedrío. En Estados Unidos es en donde debería ser más exigente la modificación de las reglas de juego, sobre todo para atar corto a los directivos bancarios que han creado sistemas de remuneración ligados a la obtención de beneficios a muy corto plazo (casi siempre especulativos), que ha sido precisamente la base de la hecatombe de Lehman y sus consecuencias.
Europa, siempre de corte más intervencionista (con el apéndice del Reino Unido, que tiene casi tanto del conservador estilo continental europeo como del liberal que predomina al otro lado del Atlántico), se dispone en todo caso a hacer una tarea doble y algo más exigente, a pesar de que los problemas de la crisis financiera han sido menores que en Estados Unidos. Es más, dentro de Europa, los principales quebrantos bancarios se han producido precisamente en el país más alejado de la disciplina de la UE, es decir, en Suiza, que como es bien sabido cuenta con importantes bancos que se han visto arrastrados casi al borde del precipicio, caso de la poderosa UBS.
En efecto, lo que tratará de hacer Europa en esta oleada de revisionismo de la regulación financiera es crear instituciones comunes, tarea que ha ido aplazándose a lo largo de los años pero que esta crisis ha convertido en inaplazable. Las instituciones comunes tenderán a crear patrones homogéneos y coordinados nacionalmente (la tarea del día a día seguirá reservada a los bancos centrales de cada país) para supervisar el funcionamiento de las instituciones financieras en los tres niveles en los que se suelen agrupar: los bancos y cajas por un lado, los seguros por otro y los mercados de valores (Bolsas y demás) por el otro. Son tres áreas del quehacer financiero que deberán contemplarse de forma coordinada entre sí, ya que los grupos financieros grandes suelen estar en las tres áreas citadas de la actividad financiera, con una fuerte permeabilidad entre unas actividades y otras, lo que dificulta bastante la vigilancia de las autoridades. La coordinación se tiene que plantear también a escala supranacional por dos motivos. Primero, por la enorme fluidez de los movimientos de capitales en la zona. Y, segundo, porque cada vez son más las instituciones y grupos financieros que operan de forma simultánea en varios países, como ya están haciendo los grandes bancos y cajas de ahorros españoles.
Del debate entre estas dos formas de entender el futuro del sector financiero y, en especial, la defensa de los intereses de los clientes (asunto que en Estados Unidos lleva un notable retraso respecto a Europa, lo que significa que afronta una tarea más laboriosa de regulación) tendrán que salir unos modelos de supervisión más eficaces, aunque deberían cuidar, en especial en el caso europeo, de caer en el extremo contrario, el de un rigorismo excesivo que anule la flexibilidad y la creatividad de las instituciones. Los Estados tienen argumentos de peso para regular con exigencia la actividad de las entidades financieras: el dinero que han tenido que poner en estos dos años para evitar la quiebra del sistema supera las peores previsiones y rebasa lo que podría ser razonable para sostener y garantizar la supervivencia de un sector económico. Pero el sector bancario no es un sector cualquiera. Está, como se ha visto, en la base del sistema económico y su solidez y estabilidad son esenciales para que las economías funcionen bien. Evitar que algunos actúen de forma irresponsable por falta de un adecuado control es el objetivo principal de las nuevas regulaciones que se van a desarrollar en los próximos meses.
Primo González