Ha surgido otro factor de alarma: crece el ahorro. Y crece desproporcionadamente. Es decir, que el ciudadano medio teme por su dinero, el que le parezca salvable, y no gasta. La deflación tiene algo que ver con eso en sus actuales expresiones. Hay quien dijo (y Adolfo Suárez aprovechó esta elocuencia) que sólo hay que tener miedo al miedo mismo. Ahora podría decirse que existe miedo al pánico. Y a ver quién lo cura. La famosa pasividad del ciudadano ante importantes formulaciones de los centros políticos y financieros, por ejemplo el diagnóstico pesimista, respecto a España, del Fondo Monetario Internacional no impide que ese tipo de ciudadano reaccione instintivamente mediante la drástica reducción de sus gastos personales o familiares. Una cosa es que no se muestre activo en la ampliación de su curiosidad para profundizar sobre la marcha de los grandes problemas de la crisis económica y otra que no se aplique a la custodia de su dinero, el que le quede. Ya veremos cómo reacciona esa mentalidad a la hora de las todavía lejanas elecciones generales, cuando Zapatero esté en condiciones de comprobar si su errática administración es castigada en las urnas o, por el contrario, nada tiene políticamente que temer de un electorado de poca calidad por las razones que sean.
Seguramente no falta en la sociedad un amplio sector convencido de que un adelanto de las elecciones sería aconsejable. Pero es también posible que en el seno de la oposición conservadora, aspirante a suceder al zapaterismo, el miedo también se manifieste, esta vez en el sentido de no desear que la hora de asumir los grandes compromisos de gobierno se anticipe para ella en el calendario. Alguna elocuencia ofrece el hecho de que Mariano Rajoy, desde Valencia, haya declarado que el ‘caso Gürtel’ no interesa en realidad a la gente. Es probable que los hechos y las actitudes de la opinión popular le den la razón, pero también se puede sospechar que a él, personalmente, no le haga feliz la posibilidad de que el interés ciudadano se intensifique. No hace falta extremar la ironía al respecto.
Esta postura que tiende a desear la acción del tiempo como agente colaborador, aunque sin demasiadas prisas, de las aspiraciones de poder del Partido Popular, denota falta de resolución en el líder conservador, o tal vez una tendencia a temer que su oferta política no parezca toda ella trigo limpio.
Lo que sí parece que se advierte en Génova 13 al mismo tiempo es una tendencia a poner en marcha una ofensiva del optimismo. Una ofensiva que ya va mostrando sus primeros indicios. Un optimismo en forma de deseo de que el panorama no se oscurezca tanto que acabe afectando a la imagen del propio PP.
La verdad, por otra parte, es que el miedo al futuro no es sólo español, aunque a nuestro país le corresponda el peso de los peores presagios dentro de su entorno europeo. En Francia, por ejemplo, una encuesta del IFOP de primeros de septiembre ya acusaba una fuerte basculación de la muestra consultada hacia el pesimismo respecto a la salida de la crisis financiera. Otras encuestas o sondeos confirmaron después esa misma propensión del ánimo.
Mientras tanto, la proliferación de revelaciones sobre la corrupción contribuye a dispersar en nuestro país la atención de la gente. Es tan enorme y profunda esa corrupción, y tan variados los casos, que sobre la pantalla de la opinión pública se proyecta cada día más una película de mafiosos, con don Vito Corleone ofreciéndose como modelo de los turbios personajes que suelen circular por la pasarela de la delincuencia económica.
Y ahora, como ya anticipé en alguna artículo anterior, el juez ha desvelado una parte del sumario secreto que instruye en el Tribunal Superior de Justicia de Madrid, notificando a las partes concernidas por el ‘caso Gürtel’, y de rechazo a los medios de comunicación, que la profundidad de la corrupción está más descubierta de lo que se imaginaba.
Lorenzo Contreras