Decía el poeta Ramón de Campoamor que: «en este mundo traidor, nada es verdad ni mentira: todo es según el color del cristal con qué se mira». Y el tema que nos ocupa esta semana efectivamente tiene tintes muy positivos, como es el rotundo sí que los irlandeses dieron al Tratado de Lisboa el pasado viernes, y matices más oscuros si pensamos en la nueva espera a que será sometido el texto a raíz de la última iniciativa del presidente checo, Václav Klaus.
Todos los ojos estaban expectantes a la espera del resultado del segundo referéndum irlandés al que se sometía el tratado firmado por Los 27 en el Monasterio de los Jerónimos el 13 de diciembre de 2007, y muchos respiraron aliviados al conocer el resultado final, pues si bien las encuestas venían apuntando una victoria del «sí», en los últimos días los datos demoscópicos indicaban un descenso de los votos positivos.
Pero quedaban dos países más sin ratificar el Tratado, Polonia que había supeditado este trámite al resultado irlandés, por tanto ya no presentaba problema, y la República Checa cuyo Tribunal Constitucional acaba de desestimar una apelación presentada contra la norma que exigía sólo mayoría simple para la aprobación del traspaso de competencias a Bruselas, pero que deberá decidir a mediados de mes si acepta a trámite un recurso presentado por un grupo de senadores próximos al presidente Klaus, sobre la compatibilidad del Tratado de Lisboa con la Constitución checa.
Este último escollo, aún en el caso de que el tribunal checo admita su estudio, podría salvarse con una decisión también positiva para el proceso integrador europeo a mediados de noviembre o principios de diciembre, esto es, con anterioridad a la Cumbre europea de los días 10 y 11 de diciembre en la cual podría decidirse, por ejemplo, el nombre del futuro Presidente del Consejo Europeo.
Pero también es verdad que el nuevo marco de relaciones aprobado para 500 millones de ciudadanos ha esperado por tres millones (los irlandeses) y ahora deberá esperar aún más pese a que según las recientes encuestas la mayoría de los checos quiere que su Presidente firme «de inmediato» el Tratado. A lo cual hay que sumar el hecho de que Václav Klaus no atendió telefónicamente al primer ministro sueco y actual presidente de la UE, Fredrik Reinfeldt, y que a la publicitada reunión de los máximos representantes europeos con el primer ministro checo, Jan Fischer, de ayer, éste no se presentó por «problemas técnicos», debiéndose realizar el encuentro por videoconferencia.
Ahora los contactos entre los políticos checos y los representantes de las instituciones europeas se sucederán, incluyendo al presidente del Parlamento Europeo, Jerzy Buzek, que visitará esta semana Praga para exponer ante el euroescéptico presidente checo, Vaclav Klaus, que si bien la decisión sobre el Tratado debe tomarse de forma «independiente», también hay que ser consciente de lo «costosa» que es para Europa la espera, pensando por ejemplo en el papel de la actual Comisión Europea cuyo mandato expira a finales de mes.
En ese sentido conviene recordar que en cuanto la ratificación de Los 27 sea un hecho, la Presidencia rotatoria debe notificar a los terceros estados y a las organizaciones internacionales de la sucesión o sustitución legal de la Comunidad por la Unión; habrá de procederse a los nombramientos del Presidente, el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores (y vicepresidente de la UE); ultimar los nuevos reglamentos del Consejo, la Comisión y el Parlamento; determinar la organización del nuevo cuerpo diplomático europeo bajo el mando del Alto Representante; y un largo etcétera que compondrá el desarrollo final de un Tratado de Lisboa que, como no puede ser de otra forma, da margen a interpretaciones.
Es en ese etcétera donde, en cualquiera de los escenarios de ratificación final, la Presidencia Española de la UE del primer semestre de 2010 tendrá un papel determinante. Extremo que a buen seguro compensaría la posibilidad de que el acontecimiento histórico que iba a producirse en nuestro planeta (dos presidencias progresistas a ambos lados del Atlántico) quedara mermado si el presidente de la UE en ese momento ya no fuera Rodríguez Zapatero sino un flamante presidente nombrado por el Consejo Europeo.
Ramón Tamames