Lo que ha hecho el PP, a la postre, es dar una muestra de la autoridad de la dirección nacional del partido. Rajoy pidió gestos a Camps y dejó en sus manos la decisión tras la aparición de sospechas e informes policiales que hacían referencia a manejos económicos del partido y el Gobierno regional. No había imputados, pero sí un cierto ambiente turbio que, en un primer momento, el presidente del PP solicitó que se aclarara. No hubo ni aclaraciones ni gestos. Luego se pidieron «medidas» y todo el mundo entendió que se trataba de colocar alguna cabeza en el altar simbólico de las-cosas-serias-que-hace-un-partido-serio y que le había tocado a Ricardo Costa. Camps seguía resistiéndose: que si la decisión era de Madrid, que si cesaba temporalmente a su secretario general pero seguía estando donde estaba, que si sí, que si no, que hago una cosa y te digo otra, querido Mariano, para que veas cómo están las cosas de complicadas… Y, al final, se ha impuesto la autoridad de Rajoy y el presidente valenciano ha tenido que anunciar que, por unanimidad en el Comité, en el que no se había decidido tal, Costa dejaba de ser secretario general, era sustituido por otra persona y también, como la dirección nacional quería y el protagonista aún se resistía más, era destituido como portavoz del PP en las Cortes valencianas. Al final, manda Rajoy, lo que es un consuelo para unos, una maldición para otros, el final del lío y la confusión para algunos y un respiro para aquellos de allí.
Bien, manda Rajoy, Camps se doblega. ¿Hay todavía algunos que ni se consuelen, ni se sientan malditos, ni piensen que el lío ha terminado ni tengan ganas de respirar con tranquilidad? Es de esperar que sean muchos, aunque casi todos estén fuera de los círculos de poder en los que se han peleado estas semanas. Rajoy manda ciertamente en un partido en el que, en Madrid, hay una serie de imputados bastante considerable; en el que, en Valencia, no se quiere investigar, cortada ya una cabeza, qué de cierto hay en las sospechas de financiación ilegal y turbios manejos; en el que en Baleares arrastran un lío monumental que, por el momento, ha convertido en imputado al ex presidente del Gobierno regional; en el que, en Galicia, está imputado y dice privadamente cosas tremendas un antiguo secretario de organización; etc. Rajoy manda en un partido trufado de complicaciones y con la militancia y los votantes entre sorprendidos y asustados por las noticias que les llegan no sólo a través de los medios de comunicación, a los que siempre se les quiere convertir en demonios, sino también a través de sus propios dirigentes.
Rajoy puede insistir en que uno está expulsado, el otro destituido, aquel dejó su cargo, etc., como si acabara de llegar o todo fuese una anécdota o, por el contrario, tomar las riendas del asunto. Es decir, ser no sólo implacable con los corruptos, sino claro ante la opinión pública acerca de las causas de su implacabilidad. Es decir, establecer con rigor las normas de funcionamiento interno ante las sospechas y las irregularidades tanto en la actuación diaria como en la permanencia en cargos de responsabilidad y en las listas futuras del partido. Puede, en definitiva, mostrar su autoridad o demostrar que su autoridad sirve para algo útil y conveniente para todos. Para el PP y para los demás.
Germán Yanke