sábado, noviembre 23, 2024
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Aguirre, en la cuenta atrás

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Dos diputados tránsfugas cerraron la puerta de la presidencia autonómica madrileña a Rafael Simancas. El candidato socialista había hecho una campaña con tesón, propuestas y acercamiento a los electores. Soplaban vientos de cambio y aunque las encuestas no eran muy optimistas, Simancas logró un gran resultado contra la que, finalmente, sería la presidenta de la Comunidad. Era el año 2003, y Zapatero no se imaginaba aún el éxito que tendría un año después.

De aquel proceso electoral se ha estudiado el vínculo siniestro de los traidores con algunos negociantes del ladrillo, la gran industria del momento, pero no se ha medido, tal y como merece, la relación entre la forma en la que accedió Esperanza Aguirre al Gobierno, los beneficiaros del proceso de cambio abortado y la imagen de liderazgo derechista y sin complejos que construyó a partir de aquel momento.

El PP dispone ahora en Madrid de una mayoría holgada y cuenta con ella porque afianzó a la lideresa con un discurso radical y de confrontación contra el gobierno de España. Madrid pasó a ser la oposición institucional que el PP alimentaba políticamente.

La derrota de marzo del 2004 hizo de Aguirre un referente de la resistencia política contra el PSOE y ella construyo, con habilidad e inteligencia, un personaje envalentonado que no tenía pudor en manifestar abiertamente su «derechismo sin complejos».

Su política desde el Gobierno regional se ha fundamentado en los principios del liberalismo reaganiano y ella sueña con ser recordada como la Margaret Thatcher local. Identidad personal y proyecto bien visible definen la naturaleza de su apuesta; confrontación y más confrontación son las herramientas con las que desarrolla sus ideas. Y siguiendo la tan citada afirmación de McLuhan, que sostiene que el medio es el mensaje, la confrontación es herramienta y fin en sí misma.

Aguirre ha llevado todo al extremo. Incluidos sus conflictos con el alcalde de Madrid y con el líder del PP, Mariano Rajoy. Y lo ha hecho porque, atrincherada en la Puerta del Sol, ha visto posible -más que posible- la opción de ser la Thatcher española y no sólo la madrileña. La derrota de Mariano Rajoy en el 2008 puso más que en evidencia estos planes.

Pero Aguirre, con ser atrevida y decir la verdad de lo que piensa, provocando con ello y haciendo rabiar a cualquier adversario e incendiando de entusiasmo a su electorado más fiel, carece de la inteligencia política que es necesaria para atravesar con vida los campos de minas de la confrontación entre partidos; acumula deudas y odios y su principal virtud ante su audiencia -la intransigencia- será una de las causas más evidentes de su declive.

Su falta de ductilidad y flexibilidad han sido útiles para hacer expresivo su poder y su autoridad, pero la política exige, las más de las veces, diálogo y acuerdo, pacto y consenso. La política de la confrontación tiene siempre fecha de caducidad porque la sociedad no puede vivir constantemente al borde de la tragedia y menos aún cuando ésta es fruto de una impostura.

Rajoy se enfrentará en el 2012 con un Rodríguez Zapatero cuya estrella ha volado hacia el espacio exterior hace tiempo. Pero no debe confiarse porque a veces para ganar al adversario primero hay que neutralizar a los enemigos, que no son otros que los propios compañeros de partido, tal y como lo veía el veterano Churchill.

La lideresa enfrentada a un destino sin futuro puede ser el peor enemigo de la alternativa a Zapatero. Y la mejor aliada del presidente socialista, porque en su caída alimente el crecimiento de quién, de verdad, puede hacer daño en las bases electorales del PP.

Rafael García Rico

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