Alfonso Pérez Burrull es árbitro de primera y sigo sin explicármelo. Pérez Burrull es árbitro internacional y sospecho que será imposible que nadie, además de explicármelo, me dé razones convincentes para justificar su categoría bendecida por la FIFA. Es, fundamentalmente, malo. A veces, halcón y, en ocasiones, paloma.
A este juez cántabro, paisano de Victoriano Sánchez Arminio, el jefe de todos los colegiados, le viene ancha la Primera y me temo que incluso está para hacer el ridículo en Segunda. Tiene, entre otros defectos, el pasarse de listo.
La temporada pasada montó el número en el Bernabéu. Da la impresión de que cuando llega a Madrid saca a relucir sus peores condiciones técnicas con el fin, quizá, de llamar la atención. Es evidente que montar el mitin en Madrid tiene mayor resonancia. Lo incompresible está en su modo de actuar. Ayuda a los equipos locales lo mismo que les perjudica.
Pérez Burrull no hace amigos porque sus decisiones acaban por disgustar a quienes ganan y a quienes pierden. En la pasada temporada la montó en el Bernabéu expulsando a Juanfran. Le hicieron dos penaltis y, además de no pitarlos, castigó al perjudicado y encima le dijo que aprendiera a caerse mejor en el área.
Tras aquella infortunada actuación, que fue regalo para el Real Madrid, fue sancionado con la llamada nevera, es decir, un pequeño descanso para repasar el reglamento y acudir al óptico para revisar la vista. Tras lo del Vicente Calderón no es cuestión de nevera sino de congelador.
Benega hizo penalti y no lo pitó. Hizo otro Marchena y tampoco. Siguió el juego y cuando el balón ya estaba en la mitad del campo, asediado por los jugadores del Atlético que le dieron más de un empellón y con la grada gritando hasta desgañitarse, se acercó al cuarto árbitro, quien había estado más lejos que él para ver la jugada con claridad, y aconsejado por éste pitó penalti y expulsó a Marchena.
El escándalo no acabó ahí porque señaló algunas faltas contra el Valencia que no lo fueron. Acabó expulsando a Miguel por un entrada que sólo merecía la amarilla. Desquició a los atléticos primero y a los valencianistas después.
Habrá que esperar a constatar hasta cuándo descansa tan ínclito personaje.
Julián García Candau