Cada semana tiene su lección y su catarsis. Esta, según arranca, lo tiene todo. La reforma laboral, hecha jirones y víctima de un “asesino a sueldo”, no pudo salvarse por el comportamiento “infantil” de quien debía cuidarla. O así nos lo han contado los agentes sociales responsables. Al margen del fervor con el que se insultaron, Cándido Méndez, líder ‘infantil’ de la UGT , y el responsable ‘sicario’ de economía de la CEOE, José Luis Feito, los futuros recortes de derechos laborales los podría acabar escribiendo, pasando del tijeretazo al decretazo, un Gobierno exhausto tras el plan de ajuste por un voto.
Estos últimos días Cándido Méndez parecía, más que un niño, un hombre solo. En la mesa de metacrilato de La Moncloa, el diálogo se escoraba hacia los fuertes. Porque ¿quién defiende a quién?, ¿habría podido sentarse un líder sindical con la organización en suspensión de pagos, cuestionado por sus afiliados, en un ir y venir de los juzgados? Díaz Ferrán lo ha hecho y con su firma, sin competencias, pedía el despido libre, gratuito, un sueldo mínimo de 300 euros, nada menos. Como si UGT y CCOO hubieran ido a defender mileuristas con la única intención del pleno empleo. A estas alturas, es lógico que la patronal no ceda un ápice. Con un cinco por ciento de subida de sueldo a funcionarios en favor del consumo, los sindicados tampoco lo habrían hecho.
Entre medias, 23 millones de personas pendientes de su empleo, es decir, del futuro. Ahí donde muerde el mercado si se le da la voz. De hecho, hubo otras primaveras, y hubo otros decretazos. En el año 2002 Aznar, entonces presidente del Consejo de la Unión Europea , dio el sí al abaratamiento del despido por la vía de eliminar los salarios de tramitación (lo que suponía transferir 505 millones de euros anuales de los trabajadores a los empresarios) y endureció las condiciones para cobrar el paro. La huelga general fue un éxito, aunque desde ese día sonrieron un poco más los empresarios. Ninguno de esos derechos se han recuperado, con bonanza o sin ella.
A estas horas, si confiamos en una semana y una reforma por vivir y escribir, la patronal está a punto de encender un puro, el Gobierno no sabe si dar fuego, y Cándido Méndez, junto a Toxo, juegan con estos tiempos:
Uno. La clave sigue siendo el 17 de junio en Bruselas, el Consejo Europeo que cierra la presidencia española. Con acuerdo o sin él, el Gobierno tiene entonces el último Consejo de Ministros para plasmar la reforma. Antes del día 11 ha de tener forma jurídica.
Dos. ¿Estamos en la semana de prórroga? Aseguran que el partido no ha terminado todavía. Pero las posibilidades de llegar a un acuerdo son ínfimas y no siempre cabe una sorpresa de última hora.
Tres. ¿Motivos de este desencuentro? Sobre todo uno. Desde que se aprobó el recorte de gastos la patronal ha cambiado completamente el escenario. Tienen propuestas de máximos. “Piensan que con la presión de los llamados mercados todo el monte es orégano”. “Y de paso creen que acabarán con el poder sindical en España”, asegura uno de sus dirigentes.
Queda una semana de negociación más o menos intensa. Gerardo Díaz Ferrán tiene razones para que no prospere, puede que le hagan dimitir tras la reforma y aprovecha al máximo el pseudo aforamiento de su cargo. El Gobierno, dicen, llega tarde. Y esto suena casi a muletilla, ¿De dónde llega tarde? ¿No estaban esperando a empresa y sindicatos? Cabe esperar, eso sí, que con la lección aprendida de los que mandan, cegado por el foco de las citas del Ecofin para los próximos 7 y 8, el Gobierno recorte por donde le dicten. Elegirá, en definitiva, entre mercado y paz social. Zapatero contra trabajadores. El poder, por fin, sin los derechos, como en los viejos tiempos de su abuelo.
Pilar Velasco