Los gobiernos cometen errores. Pero si son inteligentes, aprenden de ellos. Si el Gobierno israelí es sensato, utilizará la polémica despertada por su ataque a una flotilla de barcos de ayuda para evaluar sus políticas en Gaza y la región.
Los militares israelíes abordaron los barcos a primera hora del lunes en un esfuerzo por imponer su bloqueo a la Franja de Gaza y debilitar así la influencia del movimiento fundamentalista Hamas. Pero como muchas de las operaciones duras de Israel últimamente, salió por la culata, y es útil pensar en el motivo.
Empecemos reconociendo todas las ideas evidentes establecidas en defensa de Israel: está combatiendo a un adversario terrorista en Gaza; sus aliados en Europa y Estados Unidos son cada vez menos de fiar; su principal aliado musulmán, Turquía, está trabajando en equipo con Irán; y los organizadores turcos de la misión humanitaria de Gaza tienen vínculos con los fanáticos anti-Israel de Hamas.
Todo es cierto, y desde un punto de vista israelí, indignante. Pero es una situación en la que un líder sabio debería diversificar sus riesgos en lugar de arriesgarse con una vistosa operación militar en el mar.
El problema inmediato para Israel es que el bloqueo de Gaza no es sostenible. Está dando lugar al resultado contrario al previsto: Hamas refuerza su control en Gaza al tiempo que Israel queda más aislado internacionalmente.
Lo que es peor, el bloqueo invita al desafío de militantes pro Hamas y grupos humanitarios bien intencionados por igual. El buque abordado el lunes transportaba 10.000 toneladas de asistencia humanitaria, y cientos de activistas y militantes de extrema izquierda procedentes de toda Europa armados con teléfonos móviles y videocámaras. Y se rumorea que hay preparados más viajes de ese estilo.
Reconociendo que la flotilla iba a ser un problema de relaciones públicas, los israelíes venían hablando con el Gobierno turco acerca de la forma de trasladar los suministros sin una confrontación. Evidentemente, ese compromiso fracasó y los militares llevaron a cabo su abordaje en aguas internacionales, a unas 70 millas de la costa israelí. El pasaje a bordo contraatacó, empezó el tiroteo y por lo menos 9 de los activistas perdieron la vida.
¿Por qué eligió Israel una opción tan arriesgada? La respuesta es que a lo largo de muchos años, Israel se ha acostumbrado a la libertad de acción militar en Oriente Próximo. Operando de forma aventurada y a menudo distante, ha atacado e intimidado a sus enemigos. Este enfoque de confrontación funciona de forma brillante cuando los enemigos eran guerrillas retrógradas o incompetentes ejércitos árabes, pero no ha tenido el mismo éxito en la era de Internet y la proliferación balística. Y la supremacía militar tentó a Israel a empresas cada vez mayores. Un ejemplo relevante es la invasión del Líbano en 1982, que muchos israelíes afirman hizo a su nación menos segura que antes.
Pero al abordar la flotilla de ayuda, Israel eligió un enfrentamiento gratuito con Turquía, un enemigo más peligroso que Hamas. La disputa lleva preparándose los últimos años, y supone un cambio estratégico sustancial en Oriente Próximo. Aliado regional más importante de Israel hace mucho, Turquía aspira hoy a desafiar la hegemonía de Israel como potencia local. El primer ministro Recep Tayyip Erdogan es un populista musulmán de mensaje carismático: no vamos a dejar que Israel nos manipule. Donde el presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, actúa con frecuencia como un bufón, Erdogan es un rival genuinamente duro pero errático.
El desafío turco era trasladado el martes por el ministro de Exteriores, Ahmet Davutoglu, que equiparaba el ataque israelí con «los piratas de las costas de Somalia». Advertía en un desayuno de prensa: «Ahora es el momento de decidir: ¿estamos en un mundo civilizado, o siguen teniendo algunos la ley de la jungla? Si es lo segundo, sabemos lo que tenemos que hacer».
¿Cómo pueden aprender de los errores Israel y Estados Unidos y resolver esta crisis con un mejor resultado? La respuesta es utilizar el hecho de que se ha convertido en un enfrentamiento entre Israel y Turquía, más que un problema de Gaza simplemente. Turquía tiene ambiciones regionales, pero no es un enclave terrorista demente y no vomita retórica revisionista del Holocausto. Es un país grande y fuerte que quiere ser un árbitro local del poder. Debería haber una forma de satisfacer el apetito de respeto de Turquía sin debilitar e Israel.
La fórmula diplomática adecuada debería involucrar también a las Naciones Unidas, una institución de la que Israel desconfía normalmente, con razón. Israel ha sido incapaz de resolver el caos de Gaza sólo; debería acudir al Consejo de Seguridad a pedir ayuda. Eso empieza con una investigación de la ONU de lo sucedido en las costas israelíes. Israel tiene que suscribir la paradoja: en ocasiones, la mejor forma de abordar un problema intratable es internacionalizarlo.
© 2010, The Washington Post Writers Group
David Ignatius