Observo que últimamente se riñe poco o nada a los niños. Son las nuevas teorías educativas que tienden a preservar al infante de cualquier trauma posterior. Ignoro cómo resultará este método en el futuro, cuando esos encantadores críos y crías se conviertan en mocitos y mocitas y posteriormente en hombrecitos y mujercitas, pero el presente ofrece algún síntoma pesimista.
Pero no me hagan caso pues, aunque no lo noto, debo de estar ya traumatizado. Me explicaré: en el curso de mi vida me han reñido familiares, compañeros, amigos y enemigos de toda edad, sexo y condición. También lo han hecho curas, monjas, religiosos, hermanos legos, profesores seglares, entrenadores e incluso ayudantes de cátedra. Además se unieron con entusiasmo a este numeroso grupo de reñidores: militares con graduación o sin ella, guardias urbanos, de tráfico, médicos, practicantes, enfermeras, azafatas, conserjes y personal vario, sin olvidar, por supuesto, a diversos jefes y jefecillos.
Todos ellos lo han hecho bajo la frase que se me antoja como culminante del sado-masoquismo y que dice: “Quién bien te quiere te hará llorar”.
Uno, como toda mi generación, ha recibido dichas riñas mansamente, ya que teníamos muy claro lo de las bienaventuranzas, que pronosticaban a los poseedores de un carácter manso la posibilidad de poseer la tierra, pese a que en mi caso carezco de vocación para ser agricultor e ignoro los trámites para recalificar tan inmenso solar.
El último en agregarse a tan selecto grupo es uno de los encargados de realizar “algo” en el aparcamiento de la Plaza de Colón madrileña. En dicho follón me metí en un túnel que por lo visto llevaba a las minas del Rey Salomón en vez de ir al citado aparcamiento: vaya bronca a cargo del “jefe de operaciones”, el cual resaltaba su autoridad con un uniforme que contenía todos los logotipos de las constructoras del país; es lo bonito de las uniones temporales de empresas.
Mientras el hombre gesticulaba, servidor pensaba en que, tal como vienen las nuevas generaciones, el pobre estaba ante una de sus últimas oportunidades de desahogarse dando una buena bronca.
Con estas reflexiones no escuché lo que decía. De una manera u otra ambos estábamos representando una escena totalmente pasada de moda. Ahora hay que chillar, discutir, insultar y, si la cosa se tercia, presentar una querella, con abogado famoso, amparándote en una oportuna ley que sin duda ya existe.
Esto lo saben hasta los niños.
Paco Fochs