Este último fin de semana se reunió en Catalunya, en la bellísima y por tantas razones emblemática localidad costera de Sitges, el famoso Club Bilderberg, considerado por muchos como el centro de encuentro de la élite financiera internacional y fuente de poderosas influencias políticas globales. Tiempo habrá para conocer algo de lo allí tratado y, sobre todo, el diagnóstico de tantas personas poderosas, ricas e influyentes sobre lo que a todos importa en estos momentos, que es el curso de la ya excesivamente larga y profunda crisis económica global. En España, de hecho, la situación todavía no mejora, porque ahora mismo convergen en nuestro país la crisis económica y la crisis política, con lo que esta última puede traducirse en un agravamiento de la primera, ante la ya evidente falta de voluntad del Gobierno de concertar actuaciones con el resto de las fuerzas políticas del arco parlamentario.
La prima de riesgo ofrecida a los inversores por los bonos españoles a diez años alcanzó este jueves en los mercados secundarios un nuevo máximo cercano a los 190 puntos básicos respecto a su homólogo alemán ante el incremento de la incertidumbre. Los bonos españoles a diez años llegaban a ofrecer una rentabilidad del 4,57%, mientras que el rendimiento del bund germano se situaba en el 2,68%, con lo que el diferencial entre el bono español y el alemán marcaba otro máximo, de manera que la agencia de calificación Fitch rebajó el pasado viernes el rating de España en un escalón. La situación tiene perfiles inquietantes, hasta el punto de que un hombre tan prudente y moderado en sus pronunciamientos públicos como es el antiguo presidente de la Generalitat de Catalunya Jordi Pujol, sin duda uno de los políticos clave de los grandes consensos que dieron éxito a la transición y que fue decisivo para los acuerdos entre Madrid, Barcelona y Bilbao que permitieron los ocho años de éxito de la economía española entre 1996 y 2004, llamó este jueves nada menos que «nuevo rico ignorante» al actual todavía presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero.
Se refería Pujol a la ridícula pretensión de Rodríguez Zapatero de que la economía española ya ha alcanzado a la francesa y se acerca a la alemana, en una original suplantación de los hechos y los datos por ese concepto, tan del gusto del actual inquilino de la Moncloa, de que la propaganda aguanta todo lo que se diga y no hay que dejar nunca que la verdad estropee un buen mensaje. Dijo más Jordi Pujol. Atribuyó la crisis actual a la falta de autoridad política, advirtiendo de que «para hacer política y para todo, lo primero que hace falta es ser serio», lo que en su opinión –cada vez más ampliamente compartida en todos los sectores políticos, incluso en no pocos cercanos al propio PSOE– es una profunda carencia de Rodríguez Zapatero, reconocido ya por casi todos como “la parte principal del problema”, en la afortunada expresión utilizada por Duran i Lleida en sede parlamentaria.
Y en esta situación llega ahora la reforma laboral, necesaria sin la menor duda, pero que mal enfocada y desarrollada, o sin los suficientes consensos políticos y sociales, pudiera ser el detonante de una seria fractura social. Se asume que la reforma laboral necesita el diseño de nuevas fórmulas de contratación que permitan reducir de manera significativa el número de parados generado por la crisis. Pero es obvio que el necesario incremento de la actividad deberá ir acompañado de algunas reformas coherentes, quizá incluso de la modificación del salario de tramitación, punto en el que los empresarios hacen hincapié, porque lo señalan como la clave del encarecimiento del despido. Tampoco es tema menor, no sólo por obvias razones de cohesión social, el problema del paro juvenil. Incluso este Gobierno es al fin consciente de la gravedad que supone tener un 40 por ciento de paro en ese segmento y por ello busca fórmulas que resulten atractivas para incentivar la contratación de jóvenes demandantes de su primer puesto de trabajo. Y el inverosímil Celestino Corbacho, todavía ministro de Trabajo para desconsuelo lo mismo de empresarios que de trabajadores, acepta ya como una causa adicional de la destrucción de puestos de trabajo en España, la “dualidad” entre los trabajadores fijos y los temporales.
En estas circunstancias, la verdad es que hay poco espacio para el optimismo, porque el problema de fondo es la ya reconocida incompetencia de un Gobierno que no sabe qué hacer con la economía y fía todo a las supuestas virtudes de la propaganda, en las que sin duda ha demostrado eficacia, con lo que mantiene la situación en el pésimo lugar en que se encontraba. El actual Gobierno no actúa con seriedad, rigor y consenso frente a la crisis económica, entre otras razones, porque a Rodríguez Zapatero únicamente le importan las consecuencias políticas que pudiera tener. Por eso de ninguna manera acepta las razonables sugerencias de poner el timón de la economía en manos de alguno de los excelentes expertos con que cuenta el PSOE, todos ellos, quizá por serlo, mal vistos por el presidente. Extraviado en una ingeniería social de perfiles tercermundistas, estanco a los análisis serios de las realidades económicas, convencido de que el poder emana sólo de la eficacia de la propaganda y nada de la calidad de gestión de los asuntos públicos, Rodríguez Zapatero se ha convertido en el más ajustado exponente, casi un paradigma, del peor concepto de la política, entendida como habilidad para seducir y engañar a poderosas masas de votantes.
Así que sólo nos queda confiar en la vigencia de la sabiduría clásica, que nos decía que se puede engañar a todos una vez, incluso engañar a algunos siempre, pero que no es posible engañar a todos siempre. Confiemos, por el bien del país, que así sea y deduzca consecuencias políticas más temprano que tarde. Apúntese el recuerdo el inteligente Pérez Rubalcaba: “Los españoles nos merecemos un Gobierno que no nos mienta”, dijo con inmejorables resultados en vísperas de las elecciones del 2004. Es difícil no estar de acuerdo, pero es que el actual Gobierno, del que por cierto él forma parte, nos miente una y otra vez, miente a todos, miente siempre, en la penosa recta final de un recorrido que es ya un via crucis para la ciudadanía, con la única esperanza de que agota probablemente los últimos tramos.
Carlos E. Rodríguez