“Asegurar el futuro del país”. La canciller alemana Angela Merkel esgrime esta razón para defender el mayor ajuste económico desde la Segunda Guerra Mundial, cifrado en 80.000 millones de euros hasta el 2014. El alegato dramático se adhiere a las medidas “dolorosas” (en palabras de Merkel) para el ajuste, como la supresión de la ayuda por hijo a los que perciben el salario de desempleo -entre otros recortes sociales-, el barrido de 10.000 puestos públicos de la Administración del Estado, recortes del sueldo de los funcionarios (2,5%) y nuevas tasas para el tráfico aéreo, las centrales nucleares y otras cargas fiscales para los bancos. Las partidas para educación e investigación no sólo no se resentirán del ajuste sino que aumentarán en 12.000 millones de euros en la presente legislatura, según precisó la canciller alemana. Con una tasa de parados que no llega a la mitad de la de España y una prima de riesgo insignificante respecto a la nuestra, el drástico recorte alemán espolea no sólo a sus ciudadanos sino a toda Europa.
Lejanos los tiempos de Schroeder, los nuevos políticos alemanes no caen en la tentación de culpar al anterior Gobierno socialdemócrata de la crisis. Pero su mensaje suena nítido. El vicecanciller alemán, Guido Westerwelle, que acompañó a Merkel en su comparecencia, apeló al pueblo alemán a que “se apriete el cinturón” y sentenció: “Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. La confesión de parte del centro-derecha alemán revela una percepción generalizada más allá de los confines europeos e invita a la idea esperanzadora de que la crisis “puede ser una oportunidad” para cambiar.
David Cameron achaca al Gobierno de Brown el haber gastado de “manera excesiva” y anuncia que la nueva Administración del Reino Unido tendrá que poner las cosas en orden. Si no hay recortes en el gasto público, dice, el Tesoro tendrá que pagar casi 80.000 millones de euros en intereses de la deuda en cinco años, una cantidad que supera a lo que se invierte en áreas como la educación, el transporte y las medidas contra el cambio climático. Antes de anunciar las medidas que afrontará su Gobierno, el primer ministro británico propaga que “el problema es mayor de lo que pensábamos” y que la solución a la crisis afectará a “nuestra economía, nuestra sociedad, ciertamente a nuestro modo de vida”. Tiempos difíciles, en los que los líderes ya no propagan promesas de gasto sino arengas de sacrificios.
El nuevo Gobierno húngaro, presidido por Viktor Orbán, imputó también al anterior Ejecutivo socialista el dejar al Estado al borde de la quiebra y haber falseado las cuentas, lo que provocó la hecatombe en los mercados. Aún se desconoce la extensión de esta crisis, más allá de si la gravedad del análisis estuvo justificada. El primer ministro griego, que anunció al país la extrema situación, no renunció a atribuir la culpa del desastre contable al anterior Ejecutivo conservador, si bien quiso mirar al futuro para encarar las dificultades y no hurgar hacia un pasado de gobiernos socialdemócratas (en los que participó activamente su padre, Andreas Papandreu).
Cada país tiene ante sí su propia tarea y España la incertidumbre de si su plan de ajuste para lograr la reducción del déficit a un límite no superior al 3% en el 2013 y otras medidas exigidas como la de la reforma laboral serán suficientes para la reactivación económica. Porque ni la deuda se explica (sólo) por el dinero que se ha sufragado a los bancos y las medidas de estímulo para salir de la recesión -otra cosa es si fueron eficaces- ni el agujero británico sólo por el maquillaje de las cuentas de Brown.
Alemania toma el puente de mando de los recortes en plena crisis económica mundial, puede que sólo por aspirar al liderazgo europeo (como dicen los socialdemócratas) o, simplemente, para que la tormenta no hunda su barco, tras el naufragio griego. Atribuir al actual Gobierno de Merkel intenciones ligadas a la culpa de posguerra es otra nueva invitación a la pasividad. “Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, dice Westerwelle, a modo de explicación. Además, unos se equivocaron, otros acertaron y algunos mintieron y dilapidaron. Eso es todo.
Chelo Aparicio