viernes, noviembre 22, 2024
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La triste marcha de Helen Thomas

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Hace unos meses, los reporteros acreditados en la Casa Blanca se pusieron de acuerdo en un sistema para preservar la inviolabilidad del asiento de posición privilegiada que ocupaba Helen Thomas en la sala de prensa. En esas ocasiones frecuentes en las que la leyenda de 89 años de edad no se presentaba a una rueda de prensa -un suceso excusable en el caso de cualquiera que haya desempeñado la labor durante 50 años- los reporteros de los demás medios ocuparían el asiento por turnos con el fin de negar el destacado pedestal a personajes de menos renombre presentes en la estancia.

Pero nadie se atrevió a ocupar el asiento con la placa de Thomas en la sesión de prensa la mañana del lunes. Su escritorio en el espacio de trabajo próximo también estaba vacante, un ordenador portátil abierto pero con la pantalla apagada. Faltaban dos horas para que anunciara su dimisión-jubilación como columnista de Hearst, pero ya estaba claro que era el momento de tener que largarse.

Fue un triste final a una carrera célebre.

No encontrará aquí ninguna defensa de su antisemita insinuación de que los judíos deben «largarse de Palestina» y «volverse a casa», a Polonia o Alemania -lugares donde se les masacró a millones-. Eso no tiene excusas, y Thomas merece lo que recibió.

Pero la prensa acreditada en la Casa Blanca se verá debilitada sin Helen en el asiento central, y no sólo porque ocupaba el puesto antes de que naciera el actual presidente. Ella incorporaba tal ferocidad a sus preguntas que ha dejado en evidencia a muchos de las generaciones posteriores. En un tiempo en que los demás se mostraban amables con las fuentes, su incesante hostilidad malhumorada resultaba refrescante.

«¿Cuándo va a salir de Afganistán?», desafiaba al presidente Obama hace dos semanas. «¿Por qué seguimos matando y muriendo allí? ¿Cuál es la motivación real? Y no nos responda con el bushismo ‘Si no vamos allí, todos ellos vendrán aquí’».

Luego vino su interrogatorio -increpación en la práctica- al secretario de prensa Robert Gibbs: «¿Cuál es la diferencia entre su política exterior y la de Bush?… ¿Por qué no conoce su postura en la ley Glass-Steagall?… ¿Qué esconde?… ¿Sí o no?… ¿Por qué tiene el presidente esta audacia de esperanza en defensa del plan de reforma sanitaria cuando está tan clara la percepción de ayer de que falló el lanzamiento?».

¿Eso le parece duro? Recordemos sus preguntas al presidente George W. Bush en el año 2006 después de que él pusiera fin a un largo boicot a las preguntas de Thomas. «Su decisión de invadir Iraq ha provocado la muerte de miles de estadounidenses e iraquíes», empezaba. «Cada razón explicada, públicamente por lo menos, ha terminado siendo falsa».

Teniendo en cuenta los precedentes de hostilidad, no es de extrañar que uno de los primeros en pedir la dimisión de Thomas fuera el ex secretario de prensa de Bush, Ari «Mira lo que dicen» Fleischer, que temporalmente aparcó su negocio publicitario deportivo para meter cizaña en el plató de Fox News y exigir el despido de Thomas. El objetivo más reciente de las interrupciones con preguntas molestas por parte de Thomas, Gibbs, utilizaba las palabras «ofensiva y censurable» cuando era preguntado el lunes por la polémica.

Si se hubiera jubilado una semana antes, los recuerdos habrían sido ésos. Sus colegas habrían recordado la visita que le hizo Obama con pasteles en la sala de prensa y cantándole «Feliz Cumpleaños» el pasado agosto. Habrían recordado al difunto periodista conservador Tony Snow refiriéndose a ella como «la secretaria de Estado Helen Thomas» o a un exasperado Fleischer, durante un duro turno de preguntas, diciendo «Interrumpimos temporalmente la parte de ruegos y preguntas de la sesión de hoy para ofrecerles este minuto de activismo».

Antes de la sugerencia de la semana pasada de que los judíos «se vuelvan a casa», a lugares en los que eran aniquilados, la orientación izquierdista y las predecibles preguntas de Thomas sobre Oriente Próximo en general se toleraban. Sabedoras sonrisas afloraban cuando ella aconsejaba a Bush «no seguir amenazando con la guerra a diario» o preguntaba a Gibbs, «Vamos a matar y mutilar y enviar aviones no tripulados, ¿es eso el cristianismo?».

Esas preguntas adquieren ahora una connotación más oscura. Justo antes de que Thomas anunciara su dimisión, la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca convocaba una «reunión especial» para considerar «si es apropiado que una columnista de opinión ocupe un asiento de primera fila o no» en la sala de prensa.

Pero ser una «columnista de opinión» no es lo que dio problemas a Thomas; fue su comentario racista en el acceso para vehículos de la Casa Blanca a un rabino con una videocámara. Ahora que Helen se marcha, hay más necesidad que nunca de que los demás integrantes de la prensa acreditada compartan su opinión; en concreto, la opinión de que cualquiera que comparezca subido a ese estrado debe ser acogido con escepticismo.

© 2010, The Washington Post Writers Group

Dana Milbank

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