En otro tiempo habríamos dicho que no se daban las condiciones objetivas para realizar la convocatoria de huelga en el sector público. Pero quizá la realidad se nutre de algo más que de razones obvias o condiciones objetivables. La convocatoria de huelga ha pillado a los sindicatos en una situación de perdida de protagonismo social, probablemente por el desgaste de un largo periodo de paz social compartida con el Gobierno, como consecuencia de los acuerdos mantenidos en cuanto a derechos sociales, y a pesar del crecimiento continuo del desempleo. Lo cual demuestra las fuertes convicciones ideológicas de sindicalistas y socialistas que no se dejaron llevar por los cantos de sirena de la derecha a modo de manzana en manos de la madrastra de Blancanieves.
El recorte salarial en el sector público aplicado con progresividad no ha generado un malestar suficiente para movilizar a amplios colectivos de trabajadores, por muy mal que haya sentado. Más bien ha contado con la simpatía de una parte de la sociedad que considera a estos trabajadores como unos privilegiados. No deja de ser sorprendente, por lo injusto de tal apreciación. Es precisamente el sector público el que padece la mayor parte de las veces las consecuencias de los recortes presupuestarios a la hora de desarrollar su actividad.
Hablamos de sector público y hablamos de servicios sociales, agentes de las fuerzas de seguridad, celadores y enfermería, profesionales de la educación, auxiliares administrativos, en fin, colectivos profesionales sobre los que recae la responsabilidad del sostenimiento y la aplicación de la formación, la higiene y limpieza, la salud y la seguridad de la gente.
Pero la demagogia es imparable e impagable y por eso es sencillo definir al empleado público como una lacra de la burocracia administrativa: detrás de estas soflamas se ocultan los viejos intereses espurios de privatizar para reducir el peso de la gestión administrativa, tan ineficiente si se hace en la empresa pública y tan extraordinariamente maravillosa si se hace en el sector privado.
La huelga no pone en evidencia la capacidad de convocatoria de los sindicatos, sino que muestra la utilidad percibida de este instrumento contra un Gobierno que a los ojos de los trabajadores y de los propios sindicatos no es el culpable de la lacerante situación económica.
Más bien, todos saben, y todos sabemos, que las agitaciones trampa tan propicias para el PP sólo conducen a la desmovilización final de la izquierda y a que el votante fidelizado del PP acuda sin dilación en búsqueda de un nuevo milagro aznariano sobre las cenizas del PSOE, los sindicatos, las políticas sociales y, al paso que vamos, sobre el modelo mismo del Estado de Bienestar edificado con la socialdemocracia de González.
Estado de bienestar puesto en entredicho como consecuencia de una crisis financiera por la falta de regulación de los mercados internacionales y por el vandalismo atiborrante de los especuladores a sueldo y los avezados expertos en la cosa que, mirando para otro lado a manos llenas, dejaron crecer la burbuja que ahora, manda narices, nos ahoga a nosotros todos.
La próxima huelga debería ser europea. Y como me decía una sindicalista avezada, González ganó las elecciones después del 14d. Así que el Gobierno no dará esto por perdido.
A ver si es verdad.
Rafael García Rico