No hace mucho tiempo, durante una hora y media, el barrio de Trinidad, al noreste de Washington D. C., registró cuatro tiroteos y un apuñalamiento que juntos se cobraron ocho vidas. Entre ellas había un chico de 13 años alcanzado por balas perdidas.
La escuela local de Trinidad plasmaba el caos que la rodeaba. «Los estudiantes dirigían el centro», dice Scott Cartland, nuevo director del Campus Wheatley de Educación. «Los chicos corrían por los pasillos, alborotando».
Pero la mañana que yo visitaba Wheatley, Cartland saludaba a cada estudiante en la entrada por su nombre, asegurándose de que ninguno se quedaba rezagado. Arriba, en el aula de quinto de Amber Smith, el alboroto se corta de inmediato, con una nota de la infracción en la pizarra. Esta mañana los chavales se sientan sobre la alfombra a la cabeza del aula para «hacer una lectura» de Puente hacia Terabitia -un libro que enseña que ni siquiera los reinos de la imaginación son inmunes a la tragedia-.
Smith es miembro de Teach for America, lo que viene a significar que recién salida de la universidad, con cinco semanas de prácticas, se ve arrojada al extremo de la profesión docente en un centro de enseñanza de una zona deprimida. Smith es imposiblemente joven y se muestra imposiblemente comprometida. Vive en el barrio de Trinidad, va al colegio con sus estudiantes y asiste a las funciones y a los partidos de baloncesto. Sus dos años de compromiso con Teach for America han pasado, pero de todas formas se queda en el Wheatley. «No me puedo marchar hasta que haya cambiado», explica.
El director Cartland es alumno de Teach for America. Hace dos años la superintendente de los centros públicos de la capital, Michelle Rhee, le pidió que dirigiera el cambio en Wheatley. Cartland reemplazó al 80% del personal docente y contrató a siete miembros de Teach for America.
Rhee también es veterano de Teach for America -lo que indica más un patrón que una conspiración. Teach for America ha logrado canalizar parte de los licenciados universitarios más brillantes hasta algunos de los puestos docentes más difíciles del país, generando un canal de capital humano entre las instituciones de élite y los barrios deprimidos. Para muchos, Teach for America es más que un rito de iniciación. Al principio de su labor, alrededor del 17,5% de los miembros tiene intención de desarrollar una carrera en la educación. Alrededor del 65% con el tiempo lo hacen.
Teach for America se ha convertido en una fuerza revolucionaria en la reforma de la educación porque ha adoptado un enfoque riguroso y científico de la enseñanza. En contra de la mitología de la profesión, la docencia fructífera no es cuestión de inspiración ni de credenciales. En el exhaustivo estudio de sus propios resultados, Teach for America ha aislado parte de las características comunes de los buenos profesores: perseverancia, elevadas expectativas y el ajuste constante de los métodos para alcanzar fines ambiciosos. Cuando expreso a una de las empleadas de Teach for America que yo no tendría paciencia para enseñar a los inquietos estudiantes de quinto, ella responde, con impaciencia, que «nuestros mejores maestros son muy impacientes. Pierden horas de sueño si no están progresando al ritmo suficiente». En otras palabras, enseñan como si importara de verdad.
El epicentro del movimiento de reforma de la educación se encuentra ahora en el Distrito de Columbia, donde la necesidad es mayor, pero también donde los éxitos serán más difíciles de alcanzar. Los estudiantes de los centros públicos aquí van dos cursos por detrás de sus homólogos de Nueva York. El año pasado, Smith enseñaba a unos chavales que eran «iletrados» -que significa que de alguna forma habían llegado hasta quinto con las habilidades de un párvulo en comprensión lectora.
Todavía es demasiado pronto para ver subir de forma evidente las notas del cambio de Wheatley. Pero hay otras pruebas de éxito. Smith enseña a un chaval llamado I’Karim, que se sienta en primera fila, levanta la mano para preguntar y a veces en los respiros entre las preguntas, sólo para tener ventaja. Es difícil de controlar. Ningún pensamiento se queda sin expresar. Tiene algunos problemas para relacionarse. Sin embargo lee a un nivel de octavo y me decía que en el club de ajedrez «siempre gano». En la clase de Smith, I’Karim recibe tiempo y atención extra. En un aula caótica, estaría perdido.
«Ahora se le ocurrió -reza el libro que lee la clase- que tal vez Terabitia sea como un castillo, donde se va a ser ordenado caballero. Tras quedarse un tiempo y hacerse más fuerte hay que seguir adelante. ¿No había tratado Leslie, ni siquiera en Terabitia, de empujar las paredes de su mente y hacerle ver más allá al brillante mundo, enorme y terrible y hermoso y muy frágil?».
Sí, hermoso. Y para algunos, muy frágil.
© 2010, The Washington Post Writers Group
Michael Gerson