Ignacio Fernández Toxo recomienda a Zapatero que no haga de “Salomón”, que “no hay equilibrio posible” entre la posición de la patronal y la de los sindicatos y que “puede acabar haciendo un pan como unas hostias”. Zapatero había anunciado en Roma, después de su reunión con el Papa, que habrá una reforma laboral “sustancial, para mucho tiempo”. Después, el presidente rizaba el rizo: la propuesta del Ejecutivo -decía- se va a centrar por una parte en reducir el coste del despido sin que pierdan derechos los trabajadores. Además, se dará mayor flexibilidad interna a las empresas.
De las palabras de Zapatero sobre la reforma “sustancial” se deduce que ha escuchado a los expertos, en el sentido de reconocer que las sucesivas transformaciones han resultado fallidas para las inclemencias de la economía española. El cambio de normativa laboral no es el talismán contra la crisis, conviene recordarlo, pero no abordarla ya es imposible.
Más allá de los encorsetamientos sindicales (y patronales), si el nudo gordiano en el desencuentro entre patronal y sindicatos estriba en la renuncia a la tutela judicial para los despidos (o la vía de arbitraje como sucedáneo) como han expuesto los sindicatos, se explica que no haya habido acuerdo en la reunión del llamado pacto social. Otra cosa es el reconocimiento, por parte de la representación sindical, de la manifiesta falta de equidad entre los trabajadores, según sean fijos o temporales, cuyo silencio merma su legitimidad.
Nicolás Redondo Urbieta, dirigente histórico de la UGT, lamentaba recientemente en una entrevista en este periódico que en España no se acostumbra a sentar las bases para el futuro sobre los distintos desafíos, hasta que los problemas estallan. Desde su visión de sindicalista honorable se dolía también de que, ante los nuevos problemas, siempre se endosaba la solución a la nueva encomienda de una reforma laboral. Tanto él como José María Fidalgo participaron en los Gobiernos de Felipe González en extenuantes reuniones con Solchaga para dar cuerpo a las nuevas emergencias. Así que, cuando surgía una nueva petición, Redondo recordaba a la patronal “¿Pero esto no era lo que habías reclamado?”.
Son otros tiempos y políticos y sindicatos no son los mismos. De nuevo, el paro, y el dato alarmante: cuatro de cada diez jóvenes no encuentran empleo. España, a la cabeza de la Unión Europea en tan difícil tesitura.
Zapatero muestra su nueva faz: quiere una reforma “duradera”, lo que no le impide, en vísperas de la aprobación de la nueva reforma por el Consejo de Ministros, usar un lenguaje de transición entre el eco de su proclama sindicalista y el del presidente rotatorio de la UE al que le han emplazado a actuar los demás países. En el medio está la virtud, el talante, la síntesis de las dos posiciones. El Salomón del conflicto. Aún cree en sus poderes: “Mírame a la cara” -le decía hace unos días al presidente de Cantabria, viejo aliado-, “voy a coger el toro por los cuernos; voy a tomar medidas muy duras, aunque no sean comprendidas”. Porque le importaba más su servicio a España que su futuro político. Eso es lo que expresó al cántabro.
Chelo Aparicio