En plena discusión sobre la identidad francesa, una propuesta fallida del Gobierno de Sarkozy, Jean Daniel recordaba que en el pasado la formación de la identidad nacional era un fenómeno natural forjado por las instituciones de la República, la escuela, el sindicato, etc. Parece que ahora vivimos otros tiempos y un sociólogo a menudo sorprendente y polémico, Paul Yonnet, acaba de publicar un libro en el que se adentra en el papel que, para ello, desempeñan las selecciones nacionales en las grandes competiciones deportivas como el Mundial que acaba de comenzar. Es cierto que el fenómeno sirve de estímulo para los equipos (Yonnet cita, por ejemplo, las protestas de los propios futbolistas cuando Joseph Blatter, presidente de la FIFA, sugirió la eliminación de los himnos nacionales), pero sirve de mecanismo también para un “tropismo de la unidad” que, en sociedades desagregadas, se manifiesta con el estímulo de las ilusiones de los equipos nacionales.
En España parece ocurrir lo mismo, como se vio en el último campeonato europeo y ahora a la espera del primer partido del Mundial. El chiste del director de la London School of Economics diciendo que no tenía hace tiempo alumnos españoles porque todos aseguraban ser gallegos, catalanes, andaluces, vascos, etc., no parece tener sentido estos días (salvo para algunos recalcitrantes), al menos en las gradas y ante los aparatos de televisión. Quizá, sin embargo, lo que se busca en estas pasiones futbolísticas es una suerte de misterio que, aunque no se entienda bien, se acepta y propicia la inmersión en ella. Puede que una parte esté relacionada con la unidad, con una realidad española que, a menudo, queda agobiantemente escondida bajo los localismos o las discrepancias crispadas, aunque si lo evidente (y lo real en el mundo en que vivimos) es un misterio, tenemos un problema que ni la selección de fútbol puede resolver.
Quizá también, sobre todo en este 2010, el equipo nacional se convierte en la única esperanza que nos queda para demostrarnos a nosotros mismos que podemos hacer algo importante -y por ello bien hecho- en un contexto internacional. No hay que escandalizarse, pero tampoco alegrarse demasiado de esta situación porque nos demuestra, incluso si los futbolistas se vuelven con el triunfo, que nos sigue faltando no un país, ni una nación, ni una historia, sino, sencillamente, un proyecto.
Germán Yanke