“Nadie recordaría al buen samaritano si no hubiera tenido dinero”. La frase -o reflexión, lo que se quiera- no es nueva. La enunció Margaret Thatcher cuando ejercía de “dama de hierro”. Al señor Zapatero hace tiempo que se le acabó el dinero, siempre un bien escaso, incluso para las tonterías. Acaso 13.000 millones de euros gastados en poco más que arreglar aceras, jardines y abrir zanjas para colocar tuberías que sin duda podían esperar, le están pasando una factura difícil de pagar. Difícil de pagar desgraciadamente no sólo para él, sino para todos los españoles.
Hace un par de meses estuve en Sicilia. Mera curiosidad morbosa pues, aunque se trata de una isla no del todo fea, confieso que no se me había perdido nada por allí. Algo que no me impidió trabar someras amistades con algunos lugareños. “Desde finales del siglo diecinueve y a lo largo de todo el veinte la emigración ha sido la única salida”, me dijo un joven -treinta y tantos años- con una licenciatura en Empresariales. Su “gran empresa” es un negocio de alquiler de motos acuáticas que mantiene abierto esencialmente en los meses de verano. “¿Y lo de aquí?”, le pregunté. Con “lo de aquí” quería referirme a la mafia. No entendió mi pregunta; o no quiso entenderla. Traté de ser más explícito, pero simplemente se encogió de hombros y cambió de tema. A fin de cuentas resultaba pretencioso saber por sus propias palabras si pagaba “el impuesto”.
En ese momento pensé en otro individuo joven. Un tal Mark Zuckerberg. Para muchos de ustedes es un personaje conocido. Para los que no, comentaré brevemente que estudiaba Psicología en Harvard. Rechazado por la chica de sus sueños, creó una página web con algunos compañeros de estudio para colocar en ella los perfiles, fotos incluidas, de cada uno. ¿La finalidad? Sencillamente saber hasta qué punto eran atractivos entre sus compañeros y compañeras. Así nació Facebook: todo un universo virtual cuyo valor actual supera los 10.000 millones de euros.
Cabe preguntar el motivo de que una idea, esencialmente simple -o directamente tonta- triunfe de tal manera en un país como Estados Unidos y, sin embargo, otras bastante más productivas fracasen -o malvivan- en otras partes del mundo. El asunto carece de una respuesta simple. De hecho, ha dado pie a numerosas tesis doctorales y es objeto de continuo estudio. Sin pretender aportar nada nuevo al tema, siempre me ha sorprendido que el mapamundi de los países donde mayores son las oportunidades de realizar un buen negocio, o de conseguir los mejores empleos, coincida con el de las naciones más serias. Aquellas donde la picaresca, lejos de ser motivo de orgullo nacional, está mal vista. Aquellos donde las empresas le pagan impuestos al Estado -porque obtienen beneficios- en vez de mendigarle subvenciones al Estado. Aquellas en las que los empresarios no engañan a sus trabajadores, ni los trabajadores se escaquean de sus tareas. Aquellas en las que la palabra dada vale tanto como la firma impresa. Aquellas en las que los políticos no mienten porque cuando lo hacen, y son descubiertos, dejan de ser políticos debido a un repudio eterno por parte del electorado. ¿Es la nuestra una de esas naciones? ¿Son nuestros empresarios esos empresarios dispuestos a ganar dinero, sí, pero de forma honesta o al menos legal? ¿Son nuestros trabajadores esos trabajadores dispuestos a no estar en su puesto ni un minuto más del tiempo que les corresponde, pero tampoco ni un minuto menos, ni siquiera para el café a media tarde y el opíparo desayuno de media mañana?
Hago estas preguntas porque si la respuesta a todas ellas es afirmativa, sobraría la reforma laboral. En caso contrario, de ésta no salimos ni con el decreto que prepara Zapatero. Decreto, dicho sea de paso, ante el que acaba de arrugarse el señor Duran Lleida -ni Diógenes el cínico llegó a tanto- porque, con unas elecciones catalanas a la vista, no le conviene convertirse en cómplice de un varapalo social tan duro. Ojalá algún día estemos en el mapamundi de la honestidad, aunque no veo ese día muy cercano.
Ricardo Peytaví