Se dieron distintos énfasis pero los mismos mensajes entre el viejo y el nuevo pepé. José María Aznar, Jaime Mayor Oreja y Ángel Acebes alertaron a la opinión pública ante la tentación de considerar la oleada de mensajes sobre la supuesta evolución de una izquierda abertzale liberada de ETA, que presentaron como un “mensaje trampa” para volver a sentarse en los Ayuntamientos el próximo año. Y Mariano Rajoy lo resumió con una enunciación: “ETA no puede estar en unas instituciones democráticas”, y cifró como un test definitivo para el Gobierno la presencia (o no) de la ilegalizada Batasuna en los ayuntamientos en el 2011 como prueba de “dónde están y cuál es la voluntad de cada quién”.
Si Aznar habló en el acto de FAES de “juego temerario” el estimar las “nuevas operaciones de distracción” del brazo político de ETA para esquivar la ilegalización, Jaime Mayor explayó su tesis de que todo está diseñado más allá de las apariencias. Como aval de su sospecha citó como “clave” en ese proceso la declaración de los mediadores en conflictos, firmada entre otros por cuatro premios Nobel y presentada en Bruselas el 29 de marzo pasado, en la que pedían a ETA un alto el fuego definitivo “supervisado internacionalmente”. “Eso no lo hace sólo una organización terrorista”, señalaba Mayor, haciendo manifiesto su escepticismo más profundo hacia la sinceridad del Gobierno de Zapatero. Fue un discurso argumentado, en el que Mayor Oreja explicó que ETA, más allá de un grupo terrorista, “es un proyecto político independentista, que puede cambiar su estrategia pero no sus objetivos. Éstos son inalterables”.
Decía Jaime Mayor que si la banda terrorista observa debilidad en un ámbito, por ahí se cuela y acomoda su estrategia a sus fines. Cuenta con eficaces voceros, señalaba, que venden el cambio de su brazo político o incluso la ruptura. Todo está calculado. La deducción de Mayor es que ETA pretende un modelo como el diseñado en Perpiñán, que precedió al Ejecutivo tripartito catalán, mientras que el Gobierno de Zapatero que cuestionó en su día la idea de “nación” optaría por la fórmula “resolución de conflictos” al modo en que propuso la Alianza de Civilizaciones.
El acto que congregó a los tres ministros de Interior de los gobiernos de Aznar con motivo de la presentación del libro España, camino de libertad, de Ignacio Cossidó y Óscar Elía, evocó la gesta de los gobiernos del PP en la lucha contra el terrorismo, por el impulso de la Ley de Partidos (avalada por el 94 por ciento del Congreso) y la exaltación de las víctimas del terrorismo. Todos los intervinientes, entre ellos Rajoy, lamentaron los años perdidos en la lucha contra ETA en la primera legislatura de Zapatero, a causa de la negociación con la banda.
Estaban todos. El presidente del PP vasco, Antonio Basagoiti, se encontraba de bruces a su llegada al acto con la alcaldesa de Lizartza, Regina Otaola, y se saludaron con corrección. Mari Mar Blanco, referencia para los nuevos y los viejos dirigentes, y María San Gil, que no llegó a tiempo aunque su figura fue proyectada por Ángel Acebes. Las viejas rencillas se diluyeron en un aparente diagnóstico común.
Chelo Aparicio