Ha tardado dos años, pero Hillary Clinton ha aventajado por fin a Barack Obama.
Se mire por donde se mire -índice de popularidad o aprobación de su labor-, los estadounidenses tienen opiniones más cordiales de la secretaria de Estado que del presidente por un margen considerable. Esto reviste escasa utilidad para Clinton más allá del derecho a presumir, pero entre los hinchas del Hillary ’08 hay cierta satisfacción porque la mujer a la que Obama quitó los humos considerándola «lo bastante simpática» ahora sea más querida que él. Dependiendo de la variable y de la encuesta, ella le lleva una ventaja de 10 a 25 puntos porcentuales aproximadamente.
Para entender el motivo no hace falta más que examinar sus agendas del lunes. El presidente visitaba Alabama y Mississippi, tratando una vez más de cambiar la percepción que tiene la opinión pública de que su Administración ha sido débil en su respuesta a la marea negra. La secretaria de Estado estaba en Washington cosechando aplausos por ser «una líder apasionada» y por adoptar una postura «resuelta y genuina» contra la esclavitud y la trata de blancas.
En el ceremonial Salón Ben Franklin del Departamento de Estado, la apasionada y resuelta Clinton anunciaba su compromiso de «abolir este horrible crimen» contra la dignidad humana. «Los traficantes de seres humanos deben ser llevados ante la justicia», decía.
Para una figura de relevancia pública, pocos temas son tan seguros políticamente; después de todo, no es muy probable que el grupo de presión de la explotación y la esclavitud difunda una respuesta entre la prensa. Clinton terminó su jornada del lunes con un discurso acerca de la necesidad de ayuda en el África subsahariana; no se escuchó ninguna crítica del movimiento partidario de conservar a África pobre.
Compare eso con Obama, que sólo tenía sombrías noticias acerca del vertido petrolero de BP para los residentes de la Costa del Golfo. A ellos les habló del «miedo a que pueda revestir un impacto a largo plazo sobre un estilo de vida que se ha transmitido durante generaciones».
Hay que reconocer el mérito de honestidad de Obama, pero eso no va a impulsar su popularidad.
Los secretarios de Estado anteriores, Colin Powell y Condoleezza Rice, fueron ambos más populares que su jefe, el presidente George W. Bush. Pero tal tendencia no es universal: la popularidad de Warren Christopher no era tan elevada como la de su jefe, el presidente Bill Clinton.
Hillary Clinton colaboró en su situación permaneciendo fiel a temas relativamente discretos. Mientras la Casa Blanca sacaba adelante políticas divisorias tales como Afganistán, ella se ha entretenido en los rincones más tranquilos del mundo, cultivando la percepción de que ella está por encima de la refriega política.
La ex primera dama y senadora demócrata por Nueva York se hace valer ahora en unos cuantos terrenos nacionales. Presentando el décimo informe anual sobre el comercio de seres humanos el lunes, observaba que, «por primera vez en la historia, también proporcionamos información de los Estados Unidos de América», un esfuerzo «encaminado a garantizar que nuestras políticas están a la altura de nuestros ideales» (el Departamento de Estado pone a Estados Unidos su máxima nota).
El mes pasado, Clinton ofrecía unas declaraciones acerca de la economía nacional, afirmando: «Hay países que en privado me dicen explícitamente, ‘Bueno, mire, ya sabe, siempre os miramos a vosotros como referencia porque tuvisteis esta estupenda economía. Y ahora mira, estáis en el hoyo y habéis arrastrado a otros al agujero».
Esas declaraciones bastaron para empujar a la tribu de Bill O’Reilly, el conservador tertuliano de Fox News, a destacar un potencial desafío Clinton en las primarias del 2012 frente a Obama. No hay indicios de tal desafío, pero no hay duda posible de que Obama ha caído por debajo de Clinton.
La encuesta Daily Kos/Research 2000 de este mes concluye que el 51% tiene opinión favorable de Obama, por debajo del 77% del momento de su investidura el año pasado. Clinton, que tenía un índice de valoración del cuarenta y tantos durante sus días de primera dama de 1996, ha permanecido en los sesenta y tantos desde que ocupara el puesto en el Departamento de Estado.
Por supuesto, Obama superó a Clinton en la única encuesta que importaba, la del 2008. Pero en estos tiempos, Clinton tiene derecho a disfrutar de una dosis de venganza. Mientras Obama soportaba más quejas y puñaladas en la Costa del Golfo el lunes, Clinton era aplaudida en la capital.
La subsecretaria María Otero se deshacía en halagos acerca de «nuestra principal diplomático, mi jefa, nuestra apasionada líder y hábil legisladora», sin la cual «este asunto no habría llegado tan lejos».
Clinton estaba en su salsa de experta legisladora. Habló de algo conocido como «el paradigma de las tres P» y proponía también una cuarta «P». También recordaba a la audiencia sus primeros trabajos acerca del tráfico de seres humanos hace 10 años, «en una vida anterior hace algún tiempo».
Pocos se podrían haber imaginado en esa vida anterior que la polémica y polarizante primera dama se ganaría algún día el favor de las tres cuartas partes de sus paisanos.
© 2010, The Washington Post Writers Group
Dana Milbank