El ministro de Fomento, José Blanco, es, sin duda, el miembro del Gobierno de más peso político y, por ello, el mejor colaborador del presidente Rodríguez Zapatero, tan necesitado de un equipo asentado y poderoso. En los momentos de teórica bonanza -después falsa- gestionó bien sus competencias y proyectos con las distintas comunidades autónomas de uno u otro signo, incluso recibiendo alguna crítica de sus correligionarios en la oposición de algunas regiones que, sorprendentemente, debían pensar que los recursos públicos debían ser utilizados como un mecanismo más de las estrategias políticas. En este periodo de reconocida crisis, ha sido el primero en reducir los gastos y las inversiones con un realismo que también criticarán algunos pero que agradecen quienes contemplan la política -y la economía- con la suficiente dosis de sentido común. Ayer mismo se refirió a la austeridad y los recortes con los que hay que reordenar el sistema ferroviario.
Apunto lo que creo que debe estar en el haber del ministro Blanco para sorprenderme de que él también se abone, como muchos de sus colegas y el propio presidente, a echar la culpa de lo que pasa a otros. No a todos, como se verá. O son “los mercados”, o “los especuladores”, o, en versión más edulcorada, nuestra responsable solidaridad con los socios europeos, o algunos países que miran por sus intereses, o el PP, que es presentado -ayer insistió en ello- como el campeón de las campañas de descrédito a la situación económica de España. Como si los “especuladores” pidieran más intereses para la colocación de la deuda española basándose en los “argumentarios” del PP y no en sus propios y cuidadosos cálculos. Por cierto, si no se puede negar que en momentos de crisis y de crecimiento hay especuladores, tampoco que, en una y otra circunstancia, hay personas y compañías que especulan muy razonable y legítimamente sobre el futuro de aquellos, países incluidos, a los que prestan dinero con el objetivo de que les sea devuelto con ganancias suficientes.
El Gobierno, se ha dicho tantas veces que es cansino repetirlo, tiene que concretar y explicar sus planes, que no pueden sino encuadrarse en un proyecto global, y aún están esperando la claridad y el detalle preciso “los mercados” y los ciudadanos españoles. Parece el único modo de tranquilizar a unos y otros, y lo será, sin duda, para debatir con el PP. Porque, si el Gobierno quiere el apoyo de la oposición, es imprescindible plantear propuestas, negociarlas con buena voluntad, buscar un proyecto y una pirrica salvación partidista. Es una responsabilidad que no desaparece criticando al adversario y pidiéndole precisamente, como si gobernara, propuestas.
Germán Yanke