La presidencia española de la Unión Europea, que termina al final de este mes y que de alguna manera se clausuró ayer con el último Consejo del periodo, no ha sido, ciertamente, como se esperaba. No se había planteado de modo excesivamente ambicioso, porque ya se sabía antes de comenzar que el horno no estaba para bollos, pero España no ha podido ni dar muestras de una iniciativa destacable. De hecho, sobre todo en esta segunda mitad, se ha visto examinada por sus socios, urgida a tomar medidas drásticas con urgencia y sometida a graves presiones. Ha sido precisamente en este primer semestre del año cuando, el menos oficialmente, nos hemos caído del guindo, de la ensoñación de nuestra resistencia, y se han tenido que suceder el ajuste de gasto, el impulso a la reforma financiera del sector de las cajas de ahorro, a la reforma del mercado laboral y al anuncio de que los sacrificios serán duros y largos.
Sin embargo, ayer, en Bruselas, el presidente Rodríguez Zapatero, que acaba de vivir una larguísima semana en la que diversos medios ponían en duda la solvencia de España, tuvo algún momento dulce para despedirse de sus actuales responsabilidades europeas. Fueron varios los líderes de la Unión que salieron a la palestra para asegurar que las evidentes dificultades no suponen un peligro inmediato y que daban su visto bueno a las medidas tomadas en las últimas semanas por el Gobierno. Merkel, que había asustado a muchos presentando los fondos de rescate a disposición de España, dijo que las apoyaba “claramente”, y Sarkozy subrayó que no había preocupación especial por nuestro país. También el FMI salió en defensa de nuestra solvencia. No supondrán estas medidas de apoyo que nuestra deuda resulte cara, como está ocurriendo desgraciadamente, pero el presidente Rodríguez Zapatero, que, al llegar, era preguntado por todos por nuestra solvencia, se pudo volver, al menos, disfrutando de un cierto respiro.
Las decisiones del Consejo tampoco le venían mal. Si el Banco de España, ante el efecto de los rumores sobre nuestro sistema financiero, había adelantado que daría a conocer los “test de resistencia” de los bancos españoles, la medida será ahora, según anunció Van Rompuy, solicitada a todos los países miembros. La tasa a las transacciones financieras que los europeos defenderán en la próxima reunión del G-20 juega en el mismo sentido: todos tenemos problemas, no se trata de dar pareceres o hacer públicas críticas excesivas y particulares a España.
Pero como tenemos problemas, el segundo semestre del año va a ser de dureza y de consecuencias importantes. Hay que tramitar como ley la reforma laboral, hay que decidir definitivamente qué se hace con las cajas, hay que anunciar y negociar la concreción de recortes en la aprobación del Presupuesto del 2011, que será el gran examen interno del presidente antes de las urnas. Sería conveniente que, además, se iniciaran otras reformas estructurales. Casi nada. Dicen que Rodríguez Zapatero recomendó ayer a Cameron que las reformas fueran lo más amplias y urgentes posibles. Es un consejo que resulta, en su caso, un tanto irónico pero, si ha tomado nota de lo que recomienda, esta segunda parte del año, sin presidencia, va a ser decisiva. Para su futuro y para el de todos los ciudadanos.
Germán Yanke