El reciente debate en Washington acerca de la estrategia Af-Pak ha empezado la casa por el tejado: este conflicto no tiene tanto que ver con derrotar a los talibanes en Afganistán militarmente como con alcanzar un entendimiento con Pakistán que clausure los refugios talibanes allí y permita la reconciliación política entre las partes afganas enfrentadas. Es un problema de estrategia Pak-Af, no al revés.
El presidente afgano, Hamid Karzai, parece reconocer esta realidad; es el motivo de que celebre su jirga de la paz, de que mantenga contactos con los talibanes y de que despida a un jefe de la Inteligencia que Pakistán considera un enemigo. El presidente Obama parece comprender la cadena final de acontecimientos, pero dedica muy poco tiempo a explicar este conflicto a una escéptica opinión pública estadounidense.
Un motivo de que nuestra estrategia en Afganistán sea tan complicada es que la gente no tiene una referencia clara de lo que Estados Unidos intenta lograr a través de su combinación de medidas militares y diplomáticas. Sabemos gracias a los estudios de ciencias políticas que siempre que una estrategia se vuelve vaga, el apoyo político se esfuma. Esto sucedió en Vietnam e Iraq, y ahora está pasando con Afganistán.
El análisis más útil que he visto recientemente es «La clave del éxito en Afganistán: Una ruta de la seda moderna». Fue preparado por el Instituto de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins y el Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos. También contiene importante información del Estado Mayor estadounidense, que supervisa la guerra.
El estudio de la ruta de la seda intenta visualizar la clase de Afganistán que podría surgir después de que las tropas estadounidenses empiecen a replegarse a partir de julio del 2011. En lugar de ser un territorio fronterizo anárquico, este Afganistán postconflicto sería la ruta comercial de Eurasia, proporcionando pasos comerciales de norte a sur, este y oeste.
Para poner en marcha esta estrategia basada en el transporte, Afganistán necesitaría más carreteras, ferrocarriles y oleoductos. Un mapa de ferrocarriles hipotético muestra rutas que unen Irán con la India, Rusia con Pakistán, China con el Golfo Arábigo. Entrelaza las potencias emergentes de esta región, y convierte a Afganistán en un eje en lugar de una barrera.
Tuve noticias por primera vez de esta idea de una moderna Ruta de la Seda a través de Ashraf Ghani, el antiguo ministro de Economía afgano. Él hacía una convincente analogía con el propio desarrollo de América: lo que asentó nuestra anárquica frontera oeste fue el transcontinental de 1869. Con el comercio y el crecimiento económico vino la estabilidad.
Las naciones asiáticas entienden los beneficios que pueden lograr a través de vías de tránsito a través de Afganistán. Véase las infraestructuras que unen las ciudades más grandes de Afganistán; Estados Unidos ha inyectado 1.800 millones de dólares en éste y otros proyectos de carreteras desde el año 2002, pero el vecino Irán también ha adelantado unos suculentos 220 millones de dólares. China ha construido carreteras que unen su provincia occidental de Xinjiang con Afganistán a través de Tayikistán y Kirguistán, y los chinos construyen ahora una autopista de 50 millones de dólares en la provincia de Wardak.
Se produjo un gran revuelo la pasada semana a causa de una información estadounidense que apunta que Afganistán podría albergar 1 billón de dólares en yacimientos minerales. Por ahora es un sueño imposible, pero lo real es un proyecto chino de invertir 3.000 millones de dólares en la mina de cobre Aynak, al sur de Kabul. Para transportar el cobre, China ha prometido construir una nueva ruta ferroviaria al norte, a través de Tayikistán, y los chinos quieren ampliar esta ruta ferroviaria hasta el puerto paquistaní de Gwadar, en el mar de Arabia.
Después está el comercio energético: los autores del informe, Frederick Starr y Andrew C. Kuchins, apuntan que el Banco Asiático de Desarrollo está considerando financiar un gaseoducto de 7.600 millones de dólares que uniría las reservas de gas de Turkmenistán con Afganistán, Pakistán y la India, pobres en recursos energéticos.
Aguarde. ¿Cómo puede pensar en construir carreteras, vías ferroviarias y oleoductos cuando hay una guerra en marcha? ¿No tiene que llegar primero la seguridad a Afganistán para que el desarrollo económico sea posible?
Sí, y ése es el motivo de que el estudio de la Ruta de la Seda sea tan valioso. Explica la misión a largo plazo que las tropas estadounidenses están cumpliendo en sus actuales batallas en las áreas anárquicas de Afganistán. Más a mi favor, explica el motivo de que sea interesante para todas las potencias regionales -Pakistán en especial- alentar un acuerdo político de la guerra que abra Afganistán y los demás mercados de Asia Central al comercio paquistaní.
La opinión pública estadounidense se está hartando de una guerra de Afganistán que carece de marco estratégico claro. Me gustaría que el presidente Obama no hubiera anunciado su calendario de julio del 2011, porque esto puede retrasar el acuerdo político afgano que permitiría marcharse a las tropas estadounidenses. Pero si no pensamos tanto en estrategia de contrainsurgencia y más en carreteras y vías ferroviarias, puede que la población estadounidense -y también la de Pakistán, China o la India- entienda mejor lo que se gana gracias a un Afganistán más estable.
© 2010, The Washington Post Writers Group¡
David Ignatius