lunes, noviembre 25, 2024
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Un sueño llamado España

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Una vez tuve un hermoso sueño, sin dogmatismos ni desquites, una bella ilusión llamada España. De haber nacido en Francia, mi sueño acaso hubiera inscrito otro nombre en el frontispicio de mi mente; sin embargo, para bien y para mal nací aquí, en la piel de toro, entre panderetas y laúdes, trovadores y pícaros, sabios e ignorantes, en un país caritativo y respetuoso, pueblo de grandes cordilleras y llanuras ambientadas por lenguas y dialectos, por costumbres centenarias que ofrecen su amistad a quienes se acercan a disfrutar de ellas. Ese bello sueño dormitaba tranquilo en mi infancia y comenzó a despertarse con la realidad reflexiva del paso del tiempo gracias a la prudencia adquirida, pero nunca con el desengaño conformista de la madurez.

Escuchaba el nombre de España y sus rasgos más contradictorios en las voces de mis abuelos cuando era niña, mientras disputaban sobre asuntos públicos, cuando acalorados departían de sus diferencias con un chiquito entre las manos y terminaban, minutos después, su diatriba con abrazos y sonrisas. España no es un ente abstracto, es un nombre más que propio, España es mi gente, familiares, amigos y personas a las que nunca he visto pero que aquí nacieron o aquí habitan.

España es un deseo suplicante cuando resido en otros continentes y un espejismo si en mi tierra me encuentro. Cuando me hallo lejos de ella, el apego que siento me llena de orgullo el alma y se desborda en mis ojos el agua de sus ríos, la añoro tanto que la reivindico con alegría mientras espiran tomillo mis pulmones, nada malo en ella existe, olvido aquellas cuestiones que me inquietan y acallo las palabras de quienes ofenden a su gente; pero cuando estoy aquí, la siento lejana, se me desdibuja, no la comprendo, me duele e insto a mis recuerdos a que me devuelvan lo más grato de ella, y la memoria, caprichosa, me desobedece. A veces también me duele España allende sus fronteras, cuando después de la altercación observo que el brindis no llega.

Mi España se funda firme porque antes de la mía existieron las de mis antepasados, que eran otras y la misma a un tiempo, tristezas y convites, riñas y perdones. Y así, con este esperanzador recuerdo que jamás podrá borrar la sonrisa de mi rostro, me quedé dormida y volví a soñar, sin dogmatismos ni desquites, una bella ilusión llamada España.

Mariam Budia

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