El general David Petraeus no se alistó como nuevo comandante de la misión en Afganistán porque espera perder.
Ésa es la faceta más audaz de la decisión del presidente Obama: ha puesto una campaña en Afganistán que pasa por horas bajas en manos de un caballero que ha pasado por la experiencia de decantar lo que parecía un fracaso en Iraq hacia algo con un parecido razonable con el éxito. Obama ha duplicado su apuesta, igual que hizo George Bush con su arriesgado incremento de efectivos en Iraq bajo el mando de Petraeus.
He aquí una forma sencilla de pensar en el relevo al mando: si los talibanes cotizaran en Bolsa, el precio de sus acciones seguramente habría bajado tras el anuncio del miércoles. Es difícil ver cómo puede recolocar Petraeus las piezas de este rompecabezas, pero como le he oído decir: «El truco de los ganadores es que saben cómo ganar».
Petraeus es, entre otras cosas, la figura política más hábil que he visto llevar el uniforme. En el espacio de dos años ha pasado de ser el general al que recurría Bush para sus golpes de efecto a ser el de Barack Obama. Logró esa transición con alguna pirueta, desde luego. Pero nunca olvidó que sin importar la estrella militar en que se pudiera haber convertido (y la envidia y el resentimiento que esto despertara entre algunos de sus colegas), seguía trabajando para una dirección civil, de presidente a presidente.
Si yo fuera Petraeus, habría negociado una cosa antes de aceptar relevar al general Stanley McChrystal como comandante de las fuerzas estadounidenses destacadas en Afganistán: el tiempo necesario para tener éxito. Esto significa una interpretación flexible y basada en la situación sobre el terreno del calendario de retirada de Obama, fijado en julio del 2011.
Petraeus ofrecía una fórmula escrupulosamente estudiada y deliberadamente ambigua cuando prestó testimonio ante los comités de las Fuerzas Armadas de Cámara y Senado la semana pasada: «Es importante que julio del 2011 sea considerado como lo que es, la fecha en que arranca un proceso dependiente de las condiciones, no la fecha en que Estados Unidos se marcha pase lo que pase». La Administración sigue dividida en torno a lo que significa esto, y es el mayor problema potencial de Petraeus.
Petraeus ha seguido los problemas de McChrystal con creciente preocupación. Para alguien tan adaptado a los matices políticos como Petraeus fue una sorpresa ver a McChrystal tropezar en sus declaraciones, y permitir que sus asistentes hablaran con Rolling Stone en un lenguaje que roza la insubordinación. Petraeus, con seguridad el mando militar desplazado con más mano izquierda con los medios, no cometerá esos errores.
He viajado en numerosas ocasiones con Petraeus durante los últimos seis años por Iraq y Afganistán. Lo que destaca, más allá de su extraordinaria ambición y voluntad, es su disposición a experimentar, sobre todo cuando la situación es desesperada. Para casar los elementos de la estrategia del incremento, reunió a un equipo de iconoclastas, funcionarios dispuestos a romper con las opiniones asentadas de lo que iba a funcionar.
La creatividad será fundamental en Afganistán, donde la estrategia ideada por McChrystal está, francamente, malgastando un tiempo precioso. Yo apostaría a que Petraeus pondrá más énfasis en los experimentos de organización progresiva. Es bueno trabajando en ambos frentes: aplacando a los presidentes y primeros ministros al tiempo que regatea con los líderes de las milicias locales.
Petraeus también es un operario, en el sentido de que le gusta valerse de emisarios ajenos a los canales habituales para comunicarse con un amplio abanico de jugadores. Tal ventaja estratégica viene brillando por su ausencia en nuestra política en Afganistán, y será crucial el próximo año, a medida que entremos en una probable fase de contactos con los talibanes y sus aliados con el fin de explorar un posible acuerdo de reconciliación. No hay nadie mejor que el ejército estadounidense en la tesitura de abrirse paso en situaciones tan ambiguas.
Petraeus tiene ahora que poner orden entre los discordantes actores del «equipo de rivales» de Obama en la política afgana. El nuevo comandante entiende, también, que esta estrategia se llamaría mejor «Pak-Af», puesto que la clave del éxito es la disposición paquistaní a clausurar los refugios de los talibanes de las regiones tribales. Tiene una visión clara, también, de cómo ha de desarrollarse la campaña de Kandahar, con fuerzas afganas y estadounidenses trabajando juntas en «destacamentos de seguridad conjuntos» repartidos por toda la ciudad, como sucedió en Bagdad durante el incremento de efectivos militares.
Viajando junto a Petraeus por Afganistán el octubre pasado, contemplé de primera mano la forma en que convirtió una visita de rutina a la aldea prodigiosamente llamada Baraki Barak en una lección de contrainsurgencia práctica. Bebió una taza de té tras otra de un tazón sucio, comió hogazas de pan sin levadura a contrarreloj, interiorizó literalmente el lugar, para dar a los locales una impresión personal de la misión estadounidense. Ése es el mando militar creativo, diestro y familiarizado con los medios que Obama ha elegido destinar a Kabul.
© 2010, The Washington Post Writers Group
David Ignatius