El presidente catalán, José Montilla, dijo este sábado que debía tenerse en cuenta lo que supuso la manifestación del sábado contra la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto. Tiene razón, debe tenerse en cuenta. Y quizá él el primero que seguramente habrá reparado en algunas cosas más que la constatación de una amplia respuesta a la convocatoria. Seguramente se ha dado cuenta de que él, el primer convocante, terminó siendo criticado por un importante sector de los presentes, que parecen considerarle tan “traidor” como en “traidores” se quiso convertir a los magistrados del Constitucional, a los recurrentes y, en general, a los discrepantes. No se le habrá escapado que a buena parte de los presentes no les importaba, en definitiva, la argumentación jurídica sobre la adecuación de algunos artículos del Estatuto con la Constitución, sino aprovechar la circunstancia para reclamar la autodeterminación o la independencia, bien sea porque retóricamente está en su ideario o, también retóricamente, interesa para ganar las próximas elecciones al propio Montilla con un resultado más amplio que el que sugieren las encuestas. Y quizá haya pensado también en cómo terminaba una estrategia –la de los socialistas catalanes, en cierto modo forzada- que le ha llevado a ser una y otra vez compañero de viaje de los pactos esperpénticos del presidente del Gobierno con el líder de CiU, de los del PSC con sus socios en Cataluña, de los más extravagantes para asegurar temporalmente su supervivencia, de los más estrafalarios para convertirlo todo en una gran operación para presentar al PP (y a otras autonomías, y al Defensor del Pueblo…) en enemigos de Cataluña.
Está bien reflexionar sobre la manifestación del sábado. Sirve para darse cuenta de que el victimismo no es un argumento ante el Constitucional ni para el debate político. Y, en el caso de Montilla, tampoco le va servir para ganar las elecciones ni previsiblemente para repetir como presidente de la Generalitat.
Germán Yanke