En un viaje en tren de alta velocidad en Madrid le pregunté a un empresario si la reforma laboral le impulsaría a contratar más empleo. Estábamos en el vagón de la cafetería viendo pasar la estepa de Castilla. “¿Contratos fijos? No. Temporales o autónomos. Ningún empresario quiere pringarse, sea como sea la reforma”.
Un arquitecto que tenía un pequeño estudio me dijo algo parecido. “Si me pusieran los contratos a coste cero (de despido) sí lo haría”.
Hace tres años, ninguno de ellos hubiera dudado en contratar más gente a pesar de que costaba mucho dinero echar a los fijos. Tenían tanta confianza en este país que pasaban por alto algo que ahora es crucial.
En una conferencia reciente en la Fundación Rafael del Pino, un profesor de la London School of Economics explicaba así la perversión del sistema:
“En los momentos de crisis, los empresarios no quieren hacer contratos indeterminados porque, si la crisis se agrava, supone más gastos. Entonces se vuelcan con los temporales, que tienen ocho días de indemnización. Estos contratos tienen un grave problema: no importa lo que bueno que sea el empleado, al final lo echarán porque así se ahooran dinero. Lo echarán antes que echar a un empleado inútil con un contrato fijo y que haya acumulado muchos años en la empresa.
“Además”, seguía diciendo el economista, “los empresarios no van a invertir ni un solo euro en formación de los empleados con contratos temporales porque saben que es dinero tirado a la basura.
“Pero los contratos temporales son una lacra para el sistema porque la persona que esté bajo ese régimen, y en medio de una crisis, no va a gastar ni a consumir, ni se va a meter en una hipoteca, ni comprará nada a crédito. Solo querrá ahorrar. Lo que hace estable a una familia es el contrato fijo, pues puede planificar a largo plazo. Esa es la base del sistema”, terminó diciendo.
Una persona con un contrato indefinido, tiene la tendencia natural a empezar a sentar los pilares de si vida. Incluso si te echan, a pesar de tener un contra fijo, no te importa porque al fin y al cabo sólo tienes una pequeña indemnización acumulada. Lo que te importa de un contrato fijo es que te sientes más seguro porque la empresa confía en ti.
Hace 25 años, empecé a trabajar para una revista y mi contrato era temporal. Me lo renovaban cada seis meses. En ese tiempo confieso que tenía sobre mi cabeza el miedo a que un día no me lo renovaran. Medía cada peseta que me gastaba. No me importaba la indemnización por despido. Me importaba más que la empresa tuviera un gesto de confianza y me diera un contrato indefinido porque significaba “formar parte de la tribu”. Hay en esto algo antropológico. Necesitaba que apostaran por mí en serio, como lo hizo el famoso pulpo en el Mundial cuando apostó por España.
Pero tal como están las cosas, las empresas no apuestan porque el gobierno no apuesta. No hay una verdadera pulponomics. Falta ese indicador de confianza y hasta que no se recupere, no se dará la vuelta a la cola del paro.
Carlos Salas