lunes, noviembre 25, 2024
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Victoria de España: Reivindiquemos lo simple

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Comprendo que un acontecimiento histórico como el que acabamos de vivir es un pozo inagotable para el ejercicio de la profesión periodística, constituyendo una fuente de metáforas, una mina de imágenes, un tesoro de paralelismos y un cofre de alegorías. Por eso en estos días la clave de la victoria de La Roja sirve para analizar la situación económica, el Estatuto de Cataluña, la acción del Gobierno o la inacción del Tribunal Constitucional, con referencias a los jugadores, a los oponentes, a los árbitros o incluso al cefalópodo germano que tan popular se ha hecho entre nosotros. En la misma línea se realizan análisis de hondo calado sobre el verdadero alcance que el éxito de la selección nacional ha tenido y tendrá en la realidad social, política e incluso económica de España. Nada tengo en contra de tales ejercicios periodísticos en conjunto y como concepto (aunque estoy en desacuerdo con muchos de ellos en particular) pero me van a permitir que mi aproximación sea mucho más simple, aunque sólo sea porque mis incursiones en la prensa escrita tienen más tintes de intrusismo guerrillero que de ejercicio profesional.

La victoria de nuestro equipo nacional el pasado domingo en Johannesburgo fue un acontecimiento de dimensiones colosales por algo tan simple como que era la primera vez que ocurría. Porque los españoles que hemos pasado el límite de los cuarenta no teníamos recuerdos de nada parecido, ya que el gol de Zarra se nos quedaba como un blanco y negro borroso. Nuestras memorias se quedaban en las apelaciones a la mala suerte y a la maldición de los árbitros desde Argentina 78 hasta aquí, recreando una larga tradición que se remontaría a los tiempos de Felipe II y la derrota de la Armada Invencible, a la cual no se había enviado a luchar contra los elementos. Y ganar el Mundial es maravilloso, porque sólo lo gana uno y sólo uno puede celebrar semejante victoria. Y esta vez ese uno somos nosotros, con lo cual podemos invadir las calles, asaltar las fuentes, trepar a las estatuas y agotar las reservas de alcohol. Que es precisamente lo que veíamos hacer a los demás en otras ocasiones, mientras nosotros nos agarrábamos a la furia, la garra y otros tópicos que finalmente desembocaban en el desaliento de la vuelta a casa con las manos vacías, el alma hueca y la esperanza, cada vez más desgastada y descreída, de que ocurriría en la siguiente oportunidad.

El minuto 117 del partido, en el que Iniesta marcó su mítico gol, millones de españoles saltamos al unísono, nos abrazamos con nuestras mujeres, nuestros maridos, nuestros hijos y nuestros amigos. Echamos de menos a los que no estaban a nuestro lado en ese momento y nos dedicamos a llamarnos y a enviarnos mensajes con mayor fruición que el día de Fin de Año. Y a partir del instante en que el colegiado Webb pitó el final del partido se abrieron las espitas del gas mágico de la victoria, que se desbordó sin límites por todo nuestro país tiñéndolo todo de rojo y gualda y con un grito de fondo ¡España! No sé si eso afectará al sentimiento de cohesión nacional, y menos aún si tendrá derivadas en términos sociológicos ni políticos. Lo que sé es que hemos ganado la Copa del Mundo y que somos presa de la alegría y del orgullo, con todo merecimiento. Victoria y júbilo. Reivindiquemos lo simple.

Juan Carlos Olarra

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