lunes, noviembre 25, 2024
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Vísperas del debate

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No perdamos la esperanza: a lo mejor el Debate de la Nación es distinto de lo que parece. Porque lo que parece en estas horas previas es harto desilusionante. El PP quiere saber –“reta al presidente” a que lo aclare, dicen las crónicas- si el Gobierno va a anunciar nuevos recortes, como si estos (los anteriores y los que puedan venir) fuesen la fuente del desgaste. La portavoz parlamentaria del PP añade, además, que el presidente, hasta ahora, ha hecho que la crisis sea pagada por los sacrificios de otros en vez de reducir la estructura de su Gobierno. Hay que ser serios: tal reducción, por muy conveniente que sea, no basta en absoluto para resolver nuestros problemas ni nuestro déficit, que requiere el bisturí de un cirujano y la habilidad de un político de talla para saber explicarlo y encuadrarlo en un plan general para reformar el país. La esperanza, por el contrario, sería que Mariano Rajoy, con toda la intensidad crítica que considere oportuna, ofrezca su alternativa, su plan, el modo en que se debe horadar un túnel para ver al final la luz. Quizá no sean tantos en su entorno, ya que parecen esperar que pase delante de su puerta el cadáver (político) de su adversario, pero son muchos los que desean ver en el líder de la oposición el dirigente en el que, por fin, confiar. Para comprobar que las cosas están mal, y que el presidente da tumbos y se queda a medio camino incluso cuando acierta, se bastan solos.

El presidente, mientras, circula por el escenario lo más callado que puede. A la crisis económica se une la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña y, además de la constatación de que buena parte de los problemas de hoy tiene su origen en su actitud del pasado, se enfrenta a una suerte de rebelión institucional que, como primera consecuencia, llevará a los socialistas catalanes fuera del Gobierno autonómico. Sus inmediatos colaboradores se dedican a criticar al PP ya sea para decir que no se sabe que haría o para insistir en que lo que haría es devaluar aún más el Estado del Bienestar, como si, en una circunstancia tan especial, el Gobierno no tuviera ya nada más que aportar y fuera incapaz de encuadrar en un proyecto político lo que ha hecho obligado y lo que se verá obligado a seguir haciendo. La esperanza, de todos modos, es que suba a la tribuna del Congreso y, en vez de propaganda o victimismo, ofrezca, para los grandes males, grandes remedios. Costosos, dolorosos sin duda, pero serios y eficaces. Algunos le sugieren que se refugie con las vacaciones de verano a la vuelta y deje pasar la tormenta, pero son muchos más, aunque no tengan oportunidad de sugerirle nada, los que esperan que un presidente del Gobierno sea precisamente eso, un presidente del Gobierno.

Germán Yanke

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