El Debate muestra que la dimensión del enfrentamiento entre PSOE y PP tiene el alcance de un choque irreconciliable. Si nos atenemos a los grandes datos de los últimos seis años veremos que dónde más terrible ha sido el conflicto ha sido en los temas más sensibles para los españoles, es decir en aquellos que deberían contar con la mayor voluntad de diálogo o con el consenso suficiente para delimitar un terreno de juego limitado.
Desde el terrorismo, el Proceso de Paz, la relación con las víctimas, el tratamiento a los terroristas como De Juana hasta la reorganización del modelo autonómico mediante la reforma estatutaria: o lo que es lo mismo y en palabras del conflicto, la ruptura de España, el homenaje a la bandera como símbolo de unidad, el abandono de Navarra en las fauces vascas, etc.
Desde la entrega a los tercermundistas filocomunistas herederos de Stalin, capitaneados por Chávez, Morales y otros “caudillos latinoamericanos” hasta la pérdida de la dignidad nacional frente al moro, morisimo, marroquí.
Desde la persecución religiosa, la imposición del laicismo y el abandono de los valores tradicionales del cristianismo español y europeo al crimen organizado y brutal del aborto masivo.
Desde la imposición del idioma al reconocimiento explicito del abandono de España por parte del catalán egoísta y facineroso, pesetero y masón.
En fin, y tantas otras cosas agrupables en los grandes bloques básicos del consenso tradicional de Estado que se han quebrado como cristal de Bohemia contra el suelo en una legislatura y media. Legislatura en la que el abismo ha sido el exponente esencial de las relaciones entre los dos grandes.
Remata el cuadro la crisis económica como acelerador de esa ruptura en lo fundamental, ya que abordarla como una tarea trascendente a las motivaciones particulares hubiera sido la estrategia adecuada. Y no sólo entre los dos con posibilidades de gobierno, también con los grupos parlamentarios menores en tamaño – y en importancia, según el neotalante de Rajoy exhibido en su ausencia de la segunda parte del debate sobre el estado de la nación- y con los agentes sociales que han mostrado una capacidad de dilación que sólo se justifica por algún interés espurio al servicio del conflicto bipolar antes descrito.
El debate simplemente sentencia realidades conocidas: nada susceptible de ser útil al interés político es ajeno a la confrontación política. Y, por tanto, el mapa de la España venidera en los próximos meses será una secuencia tras otra de lo mismo. Elecciones catalanas, huelga general, reforma laboral, presupuestos generales, elecciones municipales y autonómicas, etc. Y nuevo debate del Estado de la Nación en el que el duelo continuamente expresado en todos los asuntos, se vuelva a materializar en un agrio cara a cara entre los dos protagonistas del anterior.
Como en el cuadro de Goya “La riña”, más conocido como “Duelo a garrotazos”, los españoles de ahora emulamos continuamente el rostro más trágico de nuestro pasado intolerante y lo hacemos política diaria como fans algunos y con indiferente seguidísimo de voto fijo la mayoría, entregándonos a un comportamiento que sitúa el abismo como el componente esencial de las relaciones políticas.
Habría que ver que harían algunos políticos de ahora trasplantados en un imaginario viaje en el tiempo a las Cortes Republicanas, sabiendo, eso sí, el final de aquel proceso de confrontaciones encadenadas. Audaces ellos nos enterrarían las piernas en el foso de nuestro destino con discursos encendidos, soflamas tremendistas y artillería negativa y se irían a dar conferencias a un exilio preventivo y venturoso antes de tiempo. Estoy seguro.
La mayoría, como siempre, quedaría sepultada bajo la vieja losa española, esa que nos impide una y otra vez salir del choque ciego, brutal e intolerante entre españoles que se sacuden a bastonazos desde que alguien, aún en el antiguo régimen, señaló el .destino trágico de nuestro país gritando hasta desgañitarse “vivan las cadenas”. Y tanto, que aún las arrastramos.
Rafael García Rico