Este último mes hemos tenido un recordatorio del legado de espionaje de la Guerra Fría que todavía domina las relaciones ruso-estadounidenses igual que una oscura gabardina – pero también dramáticas pruebas del «relanzamiento» de las relaciones ruso-estadounidenses. ¿Qué es el real en un momento en que las naciones hablan de diálogo a la vez que sus espías siguen buscando secretos?
Examinemos primero el canje de espías que acompañó a la detención de una docena de «inmigrantes rusos en situación irregular» aquí. No se hizo mucha publicidad de los cuatro rusos que salieron de Moscú en este canje: todos los ojos, supongo, estaban puestos en la atractiva espía rusa, Anna Chapman. Pero me dicen que dos de estos rusos estaban entre los «topos» más importantes que la CIA ha llegado a introducir en los servicios de espionaje rusos.
Funcionarios estadounidenses indicaron que los dos, Alexander Zaporozhsky y Gennady Vasilenko, proporcionaron la primera identificación crucial de los súper espías en el corazón de la Inteligencia estadounidense – Aldrich Ames, de la CIA, y Robert Hanssen, del FBI. La versión de las detenciones de Ames y Hanssen que han trascendido, aparecidas en su acusación y colgadas en la web del FBI, son en parte tapaderas.
Las versiones oficiales hacen hincapié en el agresivo trabajo de campo del FBI en el interrogatorio a Hanssen y el seguimiento en sus encuentros, y lo que la versión del FBI describe como «el seguimiento físico y electrónico de las actividades de Ames por parte de la agencia a lo largo de 10 meses de investigación». Este trabajo detectivesco fue ciertamente necesario para la instrucción del caso contra Ames y Hanssen.
Pero los avances reales se debieron a las peligrosas operaciones encubiertas de Zaporozhsky y Vasilenko en el centro de Moscú. Diversas fuentes me cuentan que lograron tener acceso a los archivos más sensibles sobre Ames y Hanssen, puede que los secretos mejor guardados del KGB. Me cuentan, por ejemplo, que uno de los agentes de la CIA llegó a identificar realmente las huellas de Hanssen en la correspondencia que había enviado a sus inspectores del KGB. Así es como la CIA lo metió en el talego.
Alguna noticia de esta operación llegó a mis oídos hace varios años, pero la información era estrictamente confidencial y no estaba destinada a publicación. Pregunté a funcionarios estadounidenses esta semana si se podía levantar el embargo, ahora que los topos de la CIA estaban lejos de Moscú y en suelo estadounidense. Dijeron que sí.
Los rusos ya conocían los detalles: detuvieron a Zaporozhsky, el ex coronel del KGB, en el año 2001 tras atraerle de regreso a Moscú desde Estados Unidos, donde se había jubilado. Vasilenko, un ex veterano del KGB, fue detenido brevemente en el año 1988 y de nuevo en 2005, cuando fue condenado a prisión.
Es el viejo marco de la relación ruso-norteamericana, la desgastada narrativa que inspiró miles de novelas de espionaje.
El nuevo rostro (y hay que decidir si es sincero) salía a la luz en un discurso el lunes en Moscú pronunciado por el Presidente ruso Dmitry Medvedev ante una conferencia de representantes diplomáticos rusos. A primera vista, se trata de la aprobación integral por parte del Kremlin del relanzamiento de relaciones que la administración Obama viene intentando lograr con Moscú.
Medvedev nombraba concretamente a Estados Unidos como ejemplo de «alianzas especiales de modernización con nuestros principales socios internacionales». Habló de cooperación en la reforma política y financiera, de tecnología, de delincuencia organizada y de contraterrorismo. Tras visitar parques tecnológicos en América dijo que veía «una agenda muy positiva» y «futuro potencial para nuestra colaboración».
Lo más importante quizá, Medvedev condenaba a Irán en términos inusualmente francos: «Es evidente que Irán se acerca a poseer el potencial que podría utilizarse en principio para crear armas nucleares». Dijo intencionadamente: «La propia parte iraní dista de estar comportándose de la mejor de las formas».
La administración Obama insiste con razón en que el lenguaje de acomodo de Medvedev no es casual, sino el producto de negociaciones diplomáticas constantes y cuidadas. Obama se ha encontrado con el presidente ruso en ocho ocasiones y ha hablado telefónicamente en nueve. Su mensaje constante ha sido que quiere una nueva asociación. Para tenerla, se ha mostrado dispuesto a abandonar un sistema de defensa balística que Rusia considera una amenaza.
La opción para Rusia y América ahora es cómo dar uso a esta alianza incipiente. Si Obama es audaz, ayudará a Rusia a convertirse en una nación verdaderamente moderna — donde los periodistas ya no son amenazados por cuestionar intereses poderosos, donde la energía ya no se utiliza como arma económica, y donde la intimidación a los vecinos es cosa del pasado.
Esta clase de alianza genuina sería horrible para los novelistas del espionaje — ¿quién va a leer una novela de amistad entre agentes estadounidenses y rusos que cooperan? Pero sería bueno para los dos países y para el mundo.
David Ignatius