La deriva de la política española es de tal naturaleza que, ante la necesidad de aprobar en el Congreso el techo de gasto de los Presupuestos Generales, se viene hablando de la sempiterna “voluntad de diálogo” del Gobierno, de la responsabilidad de los partidos, de si es mejor o peor camino para otro tipo de acuerdos que algunos grupos minoritarios se abstengan o voten a favor, de la necesidad de pactos políticos que destierren la “geometría variable”, de las ofertas y los gestos a los nacionalistas y de las reivindicaciones de estos. Es decir, nadie habla del techo de gasto ni, propiamente, de los fundamentales Presupuestos para el año 2011. Tan es así que hay hasta quien anuncia que no los apoyará aunque, por el momento, se desconoce su contenido y, en medio de esta marabunta estratégica, no se ha comenzado a negociar.
El Gobierno tiene dos opciones. Una, elaborar un plan global, que tendría que ser al mismo tiempo contra la crisis y a favor de la modernización de la economía española. Dos, sortear las dificultades para sobrevivir y buscar, quizá, un escenario más tranquilo para, sin exageraciones, acercarse un poco a la primera opción. Parece haber optado, sorprendentemente, por esta segunda seguramente con la esperanza de que ir sacando adelante algunas votaciones con el apoyo o la abstención de los nacionalistas demore las reivindicaciones de estos mientras el presidente sea capaz de mantenerlas en una cierta nebulosa: promesas, declaraciones retóricas, manifestaciones de buena voluntad para un futuro próximo, etc. Sin embargo, los nacionalistas, por mucha propaganda que hagan de su responsabilidad pasada, parecen dispuestos a aprovechar la debilidad gubernamental para sacar adelante asuntos que tienen que ver con su programa partidista y no con el techo de gasto, los Presupuestos de 2011 y las reformas económicas. Tratarán de envolver lo suyo en lo nuestro pero no ocultan que las circunstancias actuales les parecen el escenario ideal para que, a costa de lo nuestro, se hagan con lo suyo.
La primera opción, que es sin duda complicada, es asimismo la más razonable y parece la única capaz de encauzar la situación económica sin poner en peligro la ya dañada estabilidad institucional. Es evidente que implicaría conversaciones, negociaciones y acuerdos con el principal partido de la Oposición y olvidarse de sobrevivir a cambio de cesiones a los nacionalistas pero, dada la gravedad, parece mejor pensar que el “cueste lo que cueste” sea bajarse del pedestal que la obcecación o la inestabilidad. “El PP no querría” dicen algunos en el PSOE, más desesperados que optimistas. Pero para achacarle esa responsabilidad al partido de Rajoy hay que meterse en harina, que es negociar y no pedir apoyo. Y meterse en harina es responsabilidad del Gobierno.
Germán Yanke