Si hace diez años, en el emocionante Congreso del PSOE, José Luís Rodríguez Zapatero fue el vencedor y José Bono el derrotado, parece que ahora ya no hay ganadores. Ni entre ellos ni propiamente en el PSOE que, desconcertado, no ha ni iniciado la terapia contra la depresión que le aflige. Podría decirse, de todos modos y con diferente suerte, que la estrategia del presidente no ha cambiado. A los apoyos heterogéneos de aquel Congreso siguió el liderazgo por agregación que se fue ganando mediante ofertas constantes, exageradas y contradictorias a todos los barones. Ese deseo de que todos se sintieran contentos, como decía con un aire juvenil, no era otra cosa que se sintieran contentos con él, es decir, un modo de asegurarse la supervivencia.
Después de la sorpresa en circunstancias trágicas de su triunfo en las elecciones de 2004, que seguramente ni él mismo preveía un poco antes, Rodríguez Zapatero quiso ganarse distintos sectores del electorado mediante la “creación” de derechos, el desarrollo exponencial del gasto para atender reivindicaciones variadas (“nos lo podemos permitir” y el invento de la “España plural”. El pluralismo, en este contexto, dejó de ser un concepto político –demasiado tendente a la individualidad-, y pasó a ser una categoría territorial que servía para añadir grupos a la arquitectura de su sostenimiento. Ya les dijo a los gallegos, antes de las autonómicas en las que Fraga no pudo repetir en la presidencia de la Xunta, que pidieran lo que consideraban que les iba a hacer felices y a los catalanes que, pidieran lo que pidieran, él lo apoyaría.
Todo ello, en un escenario de tanta bonanza heredada como errores de bulto de sus adversarios, le hizo volver a ganar las elecciones y permitirse el lujo, por aquello de agregar (porque sumar requiere una cierta similitud de los sumandos), de designar a Bono presidente del Congreso, no el del PSOE sino el de los diputados. Ya creía haberse ganado a los sindicatos y a los partidos de izquierda en una arquitectura, al estilo de los castillos de naipes, en la que él estaba en la cima pero no el PSOE, ni si tradición socialdemócrata, en la base. Es un tipo simpático, con ciertas dosis de encantador de serpientes, y una suerte de aura le ha acompañado hasta que, de pronto, a velocidad vertiginosa, todo se ha venido abajo. Ahora genera más alergia que devoción.
Podría pensarse que el batacazo serviría para cambiar de estrategia, es decir, para construir una de carácter menos personal y más ideológico, pero parece que no. Volvemos a las sumas heterogéneas, a la agregación para sobrevivir, a una división artificial del país que sirva para acumular apoyos grupales en vez de ciudadanos, al soporte de los nacionalismos. Si unos quedan fuera, otros se añaden, siempre cambio de algo naturalmente, a la lista de apoyos coyunturales. Cómo no va a haber “geometría variable” si se trata precisamente de eso, si es el elemento de continuidad de estos diez últimos años…
Germán Yanke