domingo, noviembre 24, 2024
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Atacar a Saramago

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La sociedad humana es una sociedad extraña. Competitiva en tantas cosas sin necesidad aparente y displicente en aquellas otras que a cualquier otra especie la pondría en guardia de forma instintiva. La televisión nos ha enseñado cosas terribles de nosotros mismos  y cuanto más angustiosas son, más expectativas levanta. No seriamos, ni por asomo, un bien  que exhibir ante el resto del universo si es que este estuviera poblado en alguno de sus planteas. Más bien, nos destacamos por las imperfecciones y por la falta de una identidad natural buena, hermosa y honrada.

La belleza que sí somos capaces de crear sirve para neutralizar en nuestro inconsciente parte del daño que fabricamos cuando estamos despiertos y más alerta. La verdad es que creamos poco de forma original y suplantamos otras realidades dándole nueva forma con aspectos distintos. Por eso cuando surge un genio capaz de dar vida a un caudal de elegancia, belleza y hermosura nos quedamos perplejos y nuestras reacciones son imprevisibles.

Adoramos dioses que nosotros mismos creamos, los aupamos al Olimpo y, si nos aburren, los despeñamos por las canteras de la mediocridad. El mundo es un lugar hostil para la imaginación desbordada, para la originalidad, para el genio en estado puro. Y quizá sea por eso que los artistas y los genios se transforman en su creatividad y se convierten en monstruos llenos de complicaciones y defectos, estrambóticos, complejos y extravagantes. La adoración inicial los afecta y la caída final los destruye.

Siempre ha habido una línea fronteriza entre la realidad cotidiana y aquella que construyen escritores, pintores, fotógrafos, cantantes o poetas. Esa belleza atrapada en su universo interior que aflora circunstancialmente es, en realidad, lo poco que nos devuelve la fe en el ser humano. Sobre todo si unimos esa cualidad a la que tienen aquellos que dedican su vida a hacer el bien mediante la solidaridad y la entrega a las causas justas.

El caso es que, en mi opinión, Saramago responde a las dos categorías y es, por merito propio, un símbolo individual de un sueño colectivo. Un hombre capaz de idear y escribir con la calidad que todos los demás mortales soñamos y de crear historias para las que nuestra imaginación no ha sido dotada más que para recibirlas con devoción. Podría acomplejarnos pero yo, al menos, me limito a admíralo.

Y esa admiración surge, también, porque además de esa capacidad imaginativa y creativa, esa virtud para encadenar letras, palabras, frases, párrafos y libros enteros creando historias que dan sentido a nuestras propias historias, ha sido un hombre que se ha significado, en su vida, por permanecer alerta frente a la injusticia, denunciarla y agitar una bandera de solidaridad con aquellas causas que, de corazón, merecen el reconocimiento y el apoyo de toda comunidad que se precie.

 Por eso, me avergüenza la campaña denigratoria que sobre el héroe caído – un héroe sin ese halo de excentricidad que caracteriza a los más grandes y que él sustituyó por esa entrega singular hacia los demás -, cuya muerte parece haber abierto las puertas de un juicio póstumo sobre su integridad.

Me avergüenza que en un planeta en el que los negocios más boyantes de los hombres son aquellos que sojuzgan, someten y anulan a los otros hombres , tales como el narcotráfico o el tráfico de armas, que están bien asegurados con la cooperación de los paraísos fiscales protegidos en este neocapitalismo refundado de siempre, a pesar de las propuestas de Rodríguez Zapatero – al César lo que es del César – en las cumbres del G20, haya gente capaz de cuestionar la honradez de José Saramago, cuya discreción, sencillez y naturalidad distan tanto de esos personajes habituales del pelotazo, la corrupción y el contrabando moral de sus capitales traídos una y otra vez y de aquí para allá, para pagar menos a la sociedad en la que viven y que, por desgracia, los padece enquistados como gárgolas repugnantes en todas sus estructuras.

 Al final, se demuestra que en los excesos está el orden.


Rafael García Rico

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