Empieza el veraneo de la mayoría. Seguimos – aunque cada vez menos – aprovechando el calor de agosto para abandonar los grandes espacios urbanos y acudir a las no menos grandes concentraciones playeras, aunque cada vez en menor número.
Nuestros hábitos vacacionales cambian porque cambia nuestra cultura y porque ha cambiado el mundo. Una de las formas más claras de poner en evidencia la realidad de la globalización sin recurrir al espectro de la crisis financiera internacional, es mostrar la espectacular movilidad de nuestra especie por el mundo entero.
Desde hace años, hay españoles en cualquier lugar del mundo dónde sea atractivo pasar un fin de semana, una semana santa o unas semanas de verano. Europa, Asia, Oceanía o Africa. Por no citar la América del “give me two”, las grandes escapadas naturalistas por Centro o Sudamérica.
Vamos menos a Benidorm, a Denia o a Cullera. Vamos menos tiempo y comenzamos a disfrutar viendo paisajes, comiendo, visitando monumentos o conociendo otras culturas. Ya no nos llenamos tanto de nosotros mismos en el mismo lugar el mismo tiempo todos los veranos. Nuestro turismo cambia: se hace rural, gastronómico, deportivo, aventurero y, si me apuran, sin salir de nuestro territorio porque en todo él encontramos ofertas suficientes para desestresarnos lejos del hogar y de la empresa.
El caso es que si la globalización nos aleja de lo más próximo, también acerca a otros hacia aquí y eso obliga, necesariamente, a poner en mejor disposición lo que tenemos para uso y disfrute del visitante.
Eso tan criticado por algunos que es el estado autonómico, ofrece la exaltación de singularidades que, encadenadas o sumadas en una gran ruta, suponen por si mismas una lección de turismo difícil de comparar con la de otros países con menos diversidad y con más monotonía cultural.
De Castilla y león, cuya riqueza cultural y diversidad natural es espectacular, con su historia y su cultura gastronómica, hasta, por ejemplo, Cantabria o el País Vasco cuya naturaleza está llena de esquinas y recodos en el mapa capaces de hacernos felices sin saltar los pirineos o huir por Portugal.
El mundo globalizado nos anima a ir a nosotros hacia el allí más lejano pero, consejo de verano, hay un aquí apasionante tan global como para no dudar en encontrar en él un japonés haciendo fotos.
O a la mujer de Obama dándose un baño en Andalucía.
Rafael García Rico