Se ha celebrado en Brasilia la trigésimo cuarta sesión del Comité del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, una de las agencias más importantes y controvertidas de las Naciones Unidas. Y ésta hubiera sido una reunión más de las muchas que celebran los diversos comités de esta Institución desde 1946, para aprobar iniciativas de protección del patrimonio natural o cultural a lo largo y ancho de todo el planeta, si no fuera porque, sorprendentemente, este organismo ha sido capaz, durante el día de ayer, de conseguir poner de acuerdo a tres de los actores principales del histórico conflicto de Oriente Medio para proteger y preservar Jerusalén Oriental, donde se encuentra la Ciudad Vieja, uno de los ejes fundamentales sobre los que se asienta el conflicto palestino-israelí.
Los protagonistas de este hecho inédito son Palestina, Jordania e Israel, que a través de los representantes de sus delegaciones han mantenido reuniones para encontrar una solución al conflicto de “las excavaciones arqueológicas” y mantener así la seguridad de los más de doscientos veinte monumentos protegidos por la UNESCO como patrimonio de la humanidad y que simbolizan miles de años de historia y de historias sagradas.
Las excavaciones arqueológicas que Israel realiza en la parte oriental con el fin de reconstruir su historia particular, han sido denunciadas en diversas ocasiones por los países árabes, ya que pueden poner en peligro a la Explanada de las Mezquitas, pero nunca antes las denuncias y los debates sobre el problema habían fructificado en una resolución avalada por los tres protagonistas que ahora lo hacen.
No deja de ser interesante analizar esta importante decisión para defender la dignidad del pasado común de árabes y judíos, los históricos pobladores de esa zona, y comparar el acuerdo con la incapacidad de los organismos internacionales de ámbito político para acercar de igual modo a las partes y resolver los problemas del presente.
Valdría para ello limitar del mismo modo que se ha hecho con las excavaciones que horadan la ciudad y que la ponen en peligro, las actividades represivas que, si es cierto que no dañan peligrosamente bienes materiales de resplandeciente pasado, sí someten al terror a los habitantes de la ciudad y a los de los territorios ocupados, destruyendo bienes materiales de escaso valor estético pero de indispensable uso para las víctimas inocentes de una ocupación que se ha convertido en una realidad tan tangible como inmoral.
En cualquier caso, lo importante es ver que sí hay soluciones a los problemas que parecen irresolubles; que hay soluciones mediante el diálogo y la puesta en común de intereses superiores a los deseos particulares de cada uno, máxime cuando éstos pueden provocar daños terrible durante terribles años.
Y no estaría de más, que ya que unos y otros son capaces de ponerse de acuerdo para proteger el pasado, también fueran capaces de negociar en Brasilia, con la UNESCO o en donde sea y con quién sea, una solución igual de positiva para el futuro que dé paz y libertad a las poblaciones sometidas al terror, el miedo y la represión.
Curioso mundo este en el que proteger bienes de un tiempo extinguido logra poner de acuerdo y apretar las manos de los que, mientras tanto, se condenan a un futuro de odio y de terror, bajo las fauces de una guerra encubierta en la que, como siempre, perecen los que nunca tendrán monumentos funerarios, dignos de tan delicada y encomiable protección del mundo mundial.
Irónica alegría, entonces.
Rafael García Rico