lunes, noviembre 25, 2024
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No controles a los controladores

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Hace un par de meses tuve un encuentro con uno de los portavoces de los controladores en un hotel de Madrid. Al final, salí con dos ideas: primero, digan lo que digan, los controladores no van a convencer a la opinión pública; ganan mucho dinero y eso en este país es motivo para que te critiquen con envidia. Y segundo, el ministro de Fomento que les desafíe no se va a encontrar con un grupo de niños pijos jugando a la Nintendo.

El problema de los controladores es que son muy pocos para la cantidad de aeropuertos que se han abierto en España en los últimos años. Creo que ya tenemos 46 aeropuertos, algunos en lugares tan insólitos como en medio de un trigal de Castilla La Mancha, famoso por sus playas, sus delfines y sus piñas coladas.

Todas las capitales de provincia desean un international airport a la salida, ahí, justo en la nueva autopista, girando a la derecha. Da igual si no hay tráfico de pasajeros en Huesca, donde se mueven 700 pasajeros al año. Da igual que las cintas portamaletas se llenen de moho. Se despide al personal, y listo. Pero no se puede despedir a un controlador, que tiene que estar ahí todas las horas mientras haya un aeropuerto, aunque no vuelen ni los pájaros. Da igual si ya había un international airport, como en Málaga. Se construye otro más bonito, y se inaugura en tiempos de crisis, a pesar de que haya costado 1.300 millones de euros.

Me decía este portavoz, que hay controladores que se pasan el día viendo DVDs. Pero no era su culpa, sino la del señor que decidió instalar un aeropuerto en su ciudad.

El problema de los controladores, claro, es además su sueldo. Los sueldos base están a la altura de un coordinador comercial espabilado de Nestlé: 3.100 euros netos al mes a los controladores más novatos. Y sobrepasan el sueldo de un director general cuando hablamos de un jefe de sala en Torrejón: 7.000 euros mes. Pero las horas extras se pagan a precio de oro, a tarifa de un abogado de Garrigues Walker: de 150 a 200 euros por hora. Te haces un día extra, y en ese tiempo ganas más que la media de un español al mes. En un solo día. Y como no pueden faltar controladores en las salas de mando, porque los aviones no pueden esperar eternamente a que lleguen de llevar los niños al cole, o porque hay atasco en la M-30, los controladores que hacen sustituciones a compañeros ganan cifras estratosféricas con sus horas extra.

A ellos no les importa bajarse el salario y reducir las horas de trabajo. Lo que les ha molestado es que se haya hecho por ley vía rápida, como si fueran una pandilla de apestados.

Cuando vi lo enfadado que se puso el ministro Blanco, pensé que toda la opinión pública estaba de acuerdo y que iba a ganar la batalla. Pero cuando pensé en que los controladores son insustituibles, entonces me dije: “Ministro, lo vas a tener crudo”. Un decreto ley no puede hacer aterrizar aviones automáticamente.

La palabra esquirol viene por un pueblecito catalán cuyos habitantes salieron en masa a cubrir los puestos de trabajo de otro pueblo, donde se había declarado una huelga. Esquirol es ardilla en catalán, y éste animalito era la mascota del primer pueblo. Por eso, a los que sustituyen a otros trabajadores en huelgas les llaman esquiroles.

Pero no puede haber esquiroles en el caso de los controladores porque dirigir aviones y hacerles aterrizar no es escribir artículos periodísticos ni hacer pan. Eso es fácil. Lo puede hacer cualquiera. Pero en el caso de los controladores, o ellos, o nadie. Y encima, es un trabajo muy peligroso. Cualquier negociación tiene estos detalles sobre la mesa, de modo que el ministro, por muy furioso que se ponga ante las cámaras, tienen que agachar el rabito cuando se sienta con los controladores porque ellos tienen los botones.

Todos rezamos para que no haya ningún accidente y se llegue a un acuerdo. Los controladores seguirán ganando mucho dinero, quizá no tanto como antes, pero no se morirán de hambre. Pero el ministro de Fomento descubrirá que no es fácil enfrentarse al único colectivo del que depende la vida de miles de personas que en este momento están en el aire.

Carlos Salas

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