En su magnífica novela “Velódromo de invierno”, la escritora Juana Salabert retrata la “rafle du vel d’hiv” la tragedia que sufrieron los judíos que vivían en París cuando el gobierno colaboracionista de Vichy, encabezado por el general Pétain, el héroe de Verdún entregado a los intereses de los nazis, puso a disposición de los invasores alemanes la vida de todos ellos en una operación perfectamente planificada.
Primero, crearon un censo obligatorio en el que todos los judíos debían inscribirse; luego, aplicaron las medidas de segregación y, finalmente, los capturaron para llevarlos a Auschwitz, con parada previa en el Vel de hiv y en los campos de Dranzy o Pithiviers.
Fueron 12.885 los hombres y mujeres judíos apresados, de los cuales cerca de 7000 fueron encerrados en el Velódromo, de ellos más de cuatro mil eran niños. Participó en aquella redada de forma decisiva la policía municipal de París, unos nueve mil gendarmes que trabajaron junto a una unidad de la Gestapo dirigida por Eichmann.
Permanecieron en el velódromo cerca de una semana, sin apenas alimentos, agua o condiciones higiénicas saludables. Cada día, se producían suicidios de aquellos que desesperanzados subían a lo más alto para arrojarse al vacío.
Finalmente fueron trasladados al campo de exterminio. De los más de cuarenta y dos mil judíos de Francia, sólo regresaron unos ochocientos tras la liberación de Europa y el final de la guerra.
Muchos de esos judíos, como los que protagonizan la novela de Salabert, provenían de Alemania, de Alsacia y Lorena o de los países de Centro Europa, buscando refugio, sometidos a regímenes títeres del nazismo o directamente ocupados por los alemanes. La República Francesa -libertad, Igualdad, Fraternidad-, se entregaba al ocupante de forma sumisa, abjurando de sus principios fundamentales. Fue su traición como tierra de asilo.
Mitterrand inauguró un pequeño monumento y una placa en el lugar donde estuvo aquella instalación deportiva y campo carcelario, en cuyo solar se levantó posteriormente un edificio del Ministerio del Interior. Pero fue Chirac quién, en contra de la tradición política posterior a la Guerra, asumió la responsabilidad de lo sucedido con estas infames deportaciones, para Francia como nación y no, como venía haciéndose hasta entonces, para la autoridad del estado, es decir, Vichy.
Muchos franceses se repartieron las propiedades de los judíos arrestados. Otros ya habían comprado parte de ellas a precios de saldo con la falsa excusa de facilitarles recursos económicos rápidos. Y muy pocos aceptaron ayudar a los portadores de la estrella de David poniendo propiedades a su nombre con el fin de asegurarlas hasta el final de la guerra. Pero los hubo.
Como hubo resistentes. Hubo Resistencia Francesa, hubo FTP-MOI. Hubo muchas personas decentes, también, que no comulgaron con el antisemitismo rabioso y el colaboracionismo social e institucional de una sociedad en estado de putrefacción.
Bien está saberlo.
Y bien estaría que Francia recordara ambas actitudes, ahora que su gobierno aplica nuevas políticas xenófobas con las nuevas víctimas del racismo – en verdad, los mismos gitanos que ya sufrieron entonces- de este siglo XXI, tan parecido al siglo anterior, el del velódromo de invierno, o al anterior, el del capitán Alfred Dreyfuss.
Nada es igual, pero todo se parece demasiado.
Rafael García Rico