Ted Stevens ha muerto. Larga vida a Ted Stevens.
Mientras el legendario senador de Alaska recibía sepultura esta semana, los residentes de este municipio colgaban pancartas caseras de las vallas y los cruces de las autovías con mensajes como «Gracias, tío Ted». La primera oración de la crónica del funeral en el Anchorage Daily News describe correctamente a Stevens, que falleció a principios de este mes en un accidente aéreo, como «un maestro en lo que a canalizar enormes sumas de dinero al estado se refiere».
«Una porción significativa de los fondos que pertenecerían a Delaware y Nueva York y Georgia», preconizaba el Vicepresidente Biden, «reside aquí mismo».
Alaska, gracias sobre todo al reinado de Stevens como monarca del gasto político, es el estado del bienestar definitivo, recibiendo 1,84 dólares de las arcas públicas por cada dólar que tributan sus residentes. A través de la legislación de estímulo económico del Presidente Obama, los habitantes de Alaska han recibido 3.145 dólares por cabeza — a 1.364 dólares más que su sucesor, según un análisis de ProPublica, y el triple de la media nacional.
El martes, seis días después del funeral de Stevens, los votantes de Alaska van a celebrar lo que viene a ser un referendo de la tradición de Stevens cuando depositen sus papeletas en las primarias Republicanas del estado al Senado. El interrogante ante el electorado: ¿continuará Alaska su asentada dependencia de los fondos de Washington, o se unirá al llamamiento del movimiento de protesta fiscal a una administración más pequeña? El interés económico pide lo primero.
Defendiendo la herencia del Tío Ted se encuentra la Senadora titular Lisa Murkowski, cuyo padre ocupó el mismo escaño durante años antes de alcanzar la gobernación y nombrar a su hija. Ella considera su «héroe» a Stevens, y la fórmula que utilizó durante la ceremonia, «Ted era Alaska», se ha convertido en el titular de la prensa del día siguiente. La lista de logros que su campaña presenta a los electores es un compendio de gasto de interés político, incluyendo 5 millones de dólares destinados a «financiación para la conservación del salmón del Pacífico del Río Yukon».
En contra de la tradición de Stevens se encuentra Joe Miller, que con el apoyo de Sarah Palin y los activistas fiscales, intenta derrotar a Murkowski. Miller sostiene que la administración está siguiendo «una vía de gasto público insostenible», y pone pegas cuando «la administración recoge parte del duro trabajo de una persona y lo regala a otra que no se lo ha ganado».
Buenas ideas ambas. El problema es que los presuntos electores de Miller son los mismos que se benefician más de la transferencia de riqueza pública generosísima de otros estadounidenses a ellos.
Entre las principales prioridades de Miller: combatir las «partidas presupuestarias extraordinarias» que desviaron 4.800 millones de dólares de gasto político a los habitantes de Alaska desde 1991, según Ciudadanos contra el Derroche Público, incluyendo fondos a proyectos que contaban con el favor de Stevens como la «genética de hibernación», «investigación de la ballena Beluga», «productos alternativos del salmón» o «la sobreexplotación del cangrejo de Alaska». Miller también es partidario de rebajar el impuesto de sociedades — en un estado adicto a obtener su recaudación de los impuestos de las petroleras y a la subvención en bruto de los residentes.
Elegir a Miller, en otras palabras, sería cometer un suicidio económico en Alaska. Esto ayuda a explicar el motivo de que Miller vaya muy por detrás en su desafío a Murkowski, que tenía una ventaja de 2 a 1 en la encuesta del mes pasado en Alaska. Los habitantes de Alaska saben quién les hace las cosas más llevaderas.
Esto, hablando en general, es el motivo de que tenga poca fe en que el movimiento de protesta fiscal triunfe en su admirable promesa de corregir la catástrofe del gasto público federal. En general, los estados Republicanos reciben mucho más de lo que tributan al gobierno federal, y una vez que los votantes se dan cuenta de que «gobierno limitado» significa menos fondos públicos destinados, cambian de opinión con lo de reducir el tamaño de la administración.
¿Podría estar contribuyendo esta opinión a la sorprendente colección de derrotas sufridas en las primarias Republicanas por candidatos fiscales apoyados por Palin en las últimas semanas? Sus favoritos han sido derrotados en Washington, Wyoming, Kansas, Georgia, Colorado y Tennessee.
Cada carrera es diferente, por supuesto. Pero parece muy claro que, aquí en su estado natal, Palin ha conocido los límites del mensaje del gobierno limitado. Palin y Miller dicen que Murkowski no es lo bastante conservadora, pero la nota a su labor del 70% ofrecida por la Unión Conservadora Estadounidense es más elevada que la de Stevens, que perdió su escaño en 2008 tras una sentencia relativa a cargos de corrupción pero conservó su escaño cuando la condena fue desestimada por los errores de la fiscalía en la imputación de los cargos.
La verdadera cuestión es si la población de Alaska, como están seguros Palin y Miller, «está dispuesta a abrocharse el cinturón un poco» o no y recibir menos dinero público. Esto se traduciría en que no habría más dinero público para el centro de tecnologías madereras de Ketchikan, la lucha contra el escarabajo cilíndrico de Anchorage o el faro de Juneau. Desaparecerían los fondos del jardín botánico, el zoológico, el acuario, el campamento temático, el centro de visitantes, las instalaciones de investigación climática o los incontables proyectos de alcantarillado, el aeropuerto o el muelle.
Los habitantes de Alaska han enterrado a Stevens, pero no están por la labor de enterrar su herencia.
Dana Milbank