No es nada nuevo. La estrategia del Partido Popular de Mariano Rajoy – o de quien mande – es la de no dar tregua al gobierno de la nación en ningún ámbito. La política de estado no existe en las filas de la derecha, y se utiliza desde el conflicto en la frontera con Marruecos hasta la liberación de nuestros cooperantes secuestrados en África para laminar lo que consideran un ejecutivo acabado. La situación de los socialistas podría ser motivo suficiente para caer en la tentación, sino llevasen desde el PP haciendo lo mismo desde la noche en que José Luis Rodríguez Zapatero ganó las elecciones (las primeras, quiero decir).
Tras el asesinato de dos guardias civiles y su traductor en Afganistán, la táctica de trinchera y a la carga que mantienen los populares se ha reflejado en todo su esplendor. Triste, muy triste, ha sido ver la imagen de los féretros camino del cementerio, mientras el líder de la oposición, en un mitin, exigía al presidente del gobierno que “dé la cara” e informe sobre la misión de nuestros hombres y mujeres en el país asiático. Todo en el mismo informativo de televisión. Todo seguido.
Precisamente él, Mariano Rajoy, que formó parte del gobierno que apoyó la invasión de Irak prometiéndonos las pruebas que justificaban el ataque para más tarde, y todavía seguimos esperando.
Estamos ante la política de alta cuna y baja talla, esa cuyos mandamientos indican que hay que actuar en caliente, cuando la gente mejor recibe el mensaje demagógico. Con discursos llenos de vaguedades no se sienta cátedra en la universidad de la política, pero sí se siembra crispación entre una población ya sobrada de problemas. Este país no se merece vivir el eterno calvario de la discrepancia continua, ya que la lógica, y me atrevo a decir que la matemática, nos llevan a pensar que es imposible que el gobierno socialista lo haga todo mal. Sin remedio. Sin opción. Cada día. No me lo creo.
La sociedad española terminará por reconocer en la táctica del corto plazo a los malos políticos, da igual del signo que sean, y llegará el día en el que no respetar ni los funerales de nuestros compatriotas muertos en acto de servicio se convierta en una inhabilitación social para aspirar a cualquier cargo que implique la representación de los ciudadanos. Y esa decisión no la tomará la sociedad en caliente. Será fruto de una larga reflexión, y de la asistencia cotidiana a hechos tan lamentables como el de hoy.
Ion Antolín Llorente