La expulsión de los gitanos rumanos de Francia es tan lamentable que el Gobierno no encuentra ni el modo de justificarla. Desde las especulaciones sobre una suerte de ciudadanía de “origen francés”, como su hubiera varias nacionalidades y alguna de ellas pudiera ser cancelada, hasta la ilegalidad de la presencia en el país pasando por las consideraciones extemporáneas acerca de la necesidad de instrumentos para expulsar a los extranjeros que cometan delitos o den muestras de “mendicidad agresiva”, demuestra que el Gobierno, y por encima de él el presidente Sarkozy, se ha deslizado por una pendiente de demagogia a la búsqueda del voto tradicional de Le Pen. No hay habilidad retórica en este empeño, se trata, sencillamente, de arrebatarle el programa al Frente Nacional.
Una cosa es regular adecuadamente la inmigración y otra esta cruzada por establecer criterios distintos de ciudadanía e imponer un concepto de la identidad. La Francia que exigía al inmigrante lo que –y nada más- exigía la República al nacional ha quedado arrumbada. La Francia que era la segunda patria de todos los patriotas quedará en los libros de Historia. Y todo ello, además, no por una reflexión seria, por extravagante e inaceptable que pueda parecer, sino por las prisas de la desesperación. Si no tiene modo Sarkozy de dar con un proyecto ilusionante para sus votantes mientras se acerca peligrosamente el año de las elecciones presidenciales, se inventa esta carrera en la que el descrédito va de la mano de las bajas pasiones. No sé qué rédito electoral pueda ofrecer estas iniciativas, pero, desde luego, si alguno tiene, será el de la más pobre Francia, no el del país que tantas veces ha admirado Europa.
La deriva nos enseña, además, el tremendo anquilosamiento de la política, y no sólo la francesa. El ministro francés de Exteriores, Bernard Kouchner, prestigioso político procedente de la izquierda, revela que se planteó dimitir por las expulsiones pero que no lo hizo porque sería como “desertar”. ¿Sirve de algo no hacerlo? Otro ministro, procedente de la apertura de Sarkozy hacia la izquierda, Eric Besson, es el ejecutor y, si se le deja, inspirador de este autismo de la Francia de hoy. El primer ministro, François Fillon, filtra que su sensibilidad sobre la cuestión de la seguridad, es otra. Pero nadie hace nada serio para que esta política se cambie. Pobre política y, sobre todo, pobre Francia.
Germán Yanke