Con CiU cruzada de brazos, José Luis Rodríguez Zapatero empezó hace tiempo a guiñarle el ojo al PNV. Hace mes y medio, durante el debate sobre el estado de la nación, el presidente prometió desde la tribuna que estaba más que dispuesto a «profundizar en el autogobierno”. Ellos se hicieron los duros. Josu Erkoreka, el portavoz en el Congreso, le contestó que no se fiaba un pelo de él. A la hora de las propuestas de resolución, que constituyen la parte importante del debate, el PNV se quejó de que los socialistas no habían arrimado el hombro a su causa y que tanta enmienda transaccional convertía sus propuestas en irreconocibles. Amenazó con que así no se aprobarían los presupuestos para el año que viene. El papel del lendakari López, según ellos, debe ser ahora el de un mirón.
Zapatero, desde Shanghái, admite que sería»muy conveniente” aprobar las cuentas públicas y que el preferido para hacerlo es el PNV. Es decir, que sin ellos no hay Gobierno. Dentro de los partidos con «más sentido de la responsabilidad”, el presidente sigue metiendo a CiU –por guardar las apariencias– a Coalición Canaria y a Unión del Pueblo Navarro. Para los que se rasgan las vestiduras cuando empieza el tira y afloja para salvar las cuentas públicas, Zapatero recuerda que tres de esos partidos se comportaron así en 1996, cuando gobernaba José María Aznar. Acto seguido, desempolvó la frasecita del catalán en la intimidad.
Antes, los traspasos de competencias se hacían por la vía del artículo 150.2 de la Constitución. Mediante una ley orgánica y sin estatutos que valgan. Se ceden competencias para llegar a un pacto, a ser posible sin traicionarse uno demasiado los principios. En cualquier caso, sirve para continuar gobernando. Siempre es así. Los nacionalistas tienen la llave y, como Zapatero recordó recientemente a Rosa Díez, «se puede no estar de acuerdo con ellos pero no se les puede tapar la boca”.
Luz Sanchis