lunes, noviembre 25, 2024
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Rocket Man

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Roger Clemens, citado a declarar en una sala federal el lunes, no pudo haber trasladado menos preocupación por los delitos que se le imputan si se hubiera declarado no culpable con una bolsa de palos de golf al hombro.

Perilla recortada alrededor de la barbilla, pelo rubio pajizo y sus mejores galas para una fiesta en la playa (americana informal oscura, rayón canela y náuticos), la vieja gloria del béisbol hizo primero una parada en la cafetería de la audiencia, donde habló de deportes con su defensa entre sándwiches, descansando para firmar uno o dos autógrafos a petición de funcionarios de justicia. Se quitó la chaqueta y se paseó por los pasillos en mangas de camisa y corbata oscura estrecha con manchas color tierra. Los desconocidos escucharon un «¿Cómo os tratan?»
abiertamente optimista al lanzador de los Rockets, que se enfrenta al cargo de perjurio por la acusación de mentir al Congreso a propósito de su
consumo de esteroides.

En la sala del magistrado Reggie Walton se limitó a pronunciar tres palabras – «no culpable, señoría» – con una sonrisa y un incipiente acento
de Texas, girando sin ganas luego su silla a derecha e izquierda a medida que la defensa exponía sus argumentos. Después se lanzó corriendo
escaleras abajo hasta su Cadillac Escalade que le esperaba, sacó sus gafas de sol y se puso sus auriculares, y posó sonriente a las cámaras. Iba
camino al aeropuerto y de un avión privado que le trasladaría a un campo de golf en Carolina del Sur. Si no hubo problemas, estará haciendo su
primer hoyo a las cuatro y media.

No se gana el Cy Young Award al mejor lanzador siete veces sin un plan de juego, y para sus problemas legales Clemens parece tener uno  también: indiferencia decidida. Según se desarrollen las deliberaciones, puede que sea la estrategia ganadora. Sí, hay pruebas para aburrir de que mintió reiteradamente sobre su consumo de esteroides bajo juramento ante un comité de la Cámara. Pero si el Departamento de Justicia quisiera imputar a todo el que hace «declaraciones falsas o engañosas bajo juramento» ante el Congreso, tendría que empezar por esposar a los legisladores al final de todas las sesiones. Desde luego, Clemens fue despectivo y orgulloso en su actitud hacia los congresistas, pero las encuestas indican que esa opinión es compartida por el 75 por ciento de sus paisanos. Si el jurado considera el caso como un enfrentamiento entre el mejor lanzador de su generación y el Congreso más impopular en generaciones, el Rocket puede sumar otra victoria a su palmarés.

Aún así, el Departamento de Justicia despliega una acusación sólida. Uno de los fiscales asignados a su caso es Daniel Butler, el fiscal que logró
la condena de la madame Deborah Jeane Palfrey, que más tarde se suicidó. Funcionarios de Justicia eligieron la gran sala de ceremonias para
presentar los cargos, y compareció un portavoz de la audiencia antes de abrirse la sesión para informar a la prensa de las estatuas de los grandes juristas que adornan el muro tras el estrado del juez: Hammurabi, Moisés, Solón y Justiniano – sosteniendo éste último un orbe y un largo papiro enrollado (¿o era una pelota de béisbol y un bate?). El funcionario abrió la sesión, «el ministerio público contra William Clemens, alias Roger Clemens» – como si el demandado se escondiera tras un alias de mala nota.

Pero Clemens y su defensa no iban a salir de su indiferencia. Habían llegado a la audiencia a primera hora para que Clemens pudiera quitarse de encima la molestia del procedimiento (huellas dactilares, fotos de cara y perfil y demás humillaciones infligidas a los acusados) para que no
interfirieran con su cita de golf. El portavoz de su defensa, Rusty Hardin, llevaba un traje de lino claro y explicaba el motivo de que la vista, fijada en principio para noviembre, fuera aplazada hasta la primavera por «un montón de pruebas científicas que hay que peritar». Hardin informó además al juez que pretende presentar varios recursos en defensa de su cliente-lanzador.

El Rocket se ocupó de frotarse los ojos, rascarse la mejilla y susurrar a uno de sus abogados. Hardin explicaba que puesto que Clemens «viaja casi todo el tiempo», supone demasiada carga informar a las autoridades con antelación de sus desplazamientos. La fiscalía contestó que, para reducir el riesgo de huida, «entregue su pasaporte».

El juez resolvió que el Rocket podía conservar su pasaporte. «Es lo bastante famoso», razonaba Walton, «como para que sepamos que quiere
abandonar el país». Una apuesta segura. Mientras Clemens abandonaba la sala de justicia, los alguaciles contenían a una gran cantidad de fotógrafos y periodistas y gritaban «nada de prensa». Dentro y fuera del tribunal, gente sincera daba su apoyo al acusado y su equipo: «Estoy con usted, señor Clemens!» «¡Te quiero!» «¡Vas a salir, Rusty!» «¡Eres mi héroe!» Es la clase de recepción que los congresistas a los que  presuntamente mintió nunca verán.

Dana Milbank

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